4 de abril

4 de abrilMatarraña. La comarca del Matarraña no está camino de ninguna parte: hay que viajar exprofeso hasta ella. Es una tierra montuosa, situada en el extremo nordeste de Teruel, donde los ilercavones dejaron un rosario de túmulos funerarios y se habla una variedad dialectal del catalán. Estoy alojado en Valderrobres, o Vall-de-roures, que fue refugio de cátaros, y he venido solo, movido por uno de esos impulsos a los que (de vez en cuando) no hay que resistirse. Cruzo andando el puente sobre el río Matarraña y me interno en el pueblo medieval. Todas estas casas de piedra ocre, con sus dinteles de arco de medio punto, forman un microcosmos donde los seres humanos lograron sentirse durante siglos a resguardo de la naturaleza.

Es temprano y no se ve un alma. Del interior de algún edificio llegan voces de niños a los que no puedo ver, como si se tratara de una psicofonía. Subo por callejuelas empinadas hasta llegar a la iglesia. Lo único que se escucha es el zureo de las palomas que anidan entre gárgolas y santos. Recuerdo unos versos de Antonio Machado: «Yo en este viejo pueblo paseando / solo, como un fantasma». A ratos echo de menos tener a alguien con quien comentar lo que veo, pero mi soledad no es absoluta; de algún modo, estoy comunicándome con un futuro lector para el que voy tomando notas. Como dijo Chuk Palahniuk, incluso el acto solitario de escribir es una forma de estar con gente.

5 de abril

5 de abrilHuellas de escritores. A Calaceite se le ha llamado el Cadaqués de interior. Aquí confluyeron varios autores del boom sudamericano, cineastas como Saura y Buñuel y miembros de la gauche divine barcelonesa (Ana María Matute me dijo que prefería llamarla la vache qui rit, en alusión a la marca de quesitos). Uno de sus habitantes fue el chileno José Donoso, autor de El obsceno pájaro de la noche, quien compró una casa (tres en realidad) donde vivió entre 1972 y 1976 con su mujer María Pilar y su hija adoptiva, Pilarcita, quien llegaría a escribir un libro bastante duro sobre su padre. La imagen que en general nos ha quedado de Donoso es poco favorecedora, la de un misántropo amargado por haber sido excluido de la plana mayor del boom.

Fácilmente encuentro su casa, en la que se alojaron Gabriel García Márquez, Mario Vargas Llosa, Carlos Fuentes o Juan Benet. Cuando Donoso partió a Chile se la vendió a una británica, Jane Alexander, y de ésta la heredó un hijo suyo al que una mina antipersona arrebató media pierna en la guerra de Irak. El hijo paga su contribución religiosamente, pero lleva años sin aparecer y la casa empieza a deteriorarse, como me muestra un vecino, Modesto Monreal. Modesto recuerda que María Pilar le hacía regalos a su mujer (un abanico, una gargantilla) y que Donoso escribía siempre junto a la ventana del tercer piso. «Se encerraba allí tres meses y dale que dale, dale que dale...». Imita con las manos el gesto de teclear y añade con mirada socarrona: «Pero le gustaba mamar, y, cuando salía, lo que le costaba era volver. ¡Cómo bebía, me cago en diez!».

La fonda Alcalá, en Calaceite, era muy frecuentada por otro escritor, Joan Perucho, quien junto a Álvaro Cunqueiro ha sido uno de los dos bastiones del género fantástico en la Península (ambos preferían emplear sus respectivas lenguas vernáculas, como si el castellano y lo fantástico no casaran bien). Pido para comer unas judías blancas con sardina arenque, que me sirven bien tostadita, y mezclo su carne y su jugo con las judías según me han indicado. A Perucho le gustó tanto este plato que le dijo a Enric, el dueño: «Tienes que incluirlo en la carta». Ejercía de juez en la cercana Gandesa, y al terminar la semana laboral subía a comer cocido, de ahí que ahora el cocido sea fijo en el menú de los viernes. Esto me explica Miguel Alcalá, legatario del negocio, que guarda un álbum con una dedicatoria manuscrita de Perucho y recortes de periódico donde elogiaba su cocina. Antes de morir vino a despedirse, ya muy enfermo, y sólo comió mostillo, un antiguo postre condimentado con canela.

Para disipar los efectos del vino de Matarraña, decido caminar por la cuneta de la carretera. Llego así hasta el cementerio, donde no tardo en encontrar la tumba de Ángel Crespo, poeta al que conozco sobre todo por su magnífica traducción del Libro del desasosiego, de Pessoa. En su lápida hay inscrita una composición propia que empieza: «Como el agua toma la forma / del vaso así la luz?». No lejos está el nicho de Mauricio Wacquez, otro escritor chileno, dandi y homosexual, que alcanzó aún menor reconocimiento que su vecino Donoso. Entre sus amigos se hallaban Alfredo Bryce Echenique y José Belmonte Serrano. Alguien ha colocado en la repisa dos granadas secas y la sobrecubierta del primer tomo de sus obras completas, hoy inencontrables.

6 de abril

6 de abrilEl lobo blanco. En Valderrobres se halla la librería Serret, la mejor provista en muchas leguas a la redonda, que Donoso y Wacquez frecuentaron a la caza de rarezas y novedades. Su dueño, Octavio Serret, dista mucho de ser un mero comerciante de papel encuadernado. Su acento me recuerda al de un amigo leridano que vive en Molina de Segura, Pedro Raluy. Ofrece libros en tres lenguas: castellano, fabla y catalán. La fabla aragonesa es propia de zonas pirenaicas, pero Matarraña pertenece a la llamada ´Franja´ y lo que se habla aquí es catalán meridional o (según otros) chapurriau. No voy a entrar en disquisiciones al respecto (fuente de conflicto), pero preferiría que la riqueza y variedad de lenguas fuera, simplemente, un motivo de felicidad.

Adquiero, entre otros libros, La gent del Matarranya, de Rovira Climent. Por la noche leo la historia del lobo blanco, un monstruo que desenterraba cadáveres y que, entre 1835 y 1838, mató a numerosos niños de la comarca. Una partida de hombres armados le dio caza en el río de la Canal, de un balazo en las entrañas. Resultó tratarse de una hiena africana que había escapado a sus domadores.