Jeff Bezos se colocó el año pasado en la cima de la cadena trófica de la raza humana. El dueño de Amazon es el pez más grande que se puede comer a todos los demás, que somos chicos en mayor o menor medida. Dicho de otro modo: es el hombre más rico del mundo. Bezos es uno de esos 'tecnodioses' que reinan desde el inalcanzable Olimpo de la nueva economía digital. Como ocurre con otros vecinos suyos en la cima del mundo (ejemplo, Mark Zuckerberg) cualquier decisión que adopte Bezos puede cambiarnos la vida de cabo a rabo. La penetración de Amazon en nuestra humilde existencia es cada vez mayor. Nada parece frenarles a la hora de hacernos llegar el pedido.

La última de Amazon es el acuerdo al que ha llegado con Volvo y General Motors para que sus vehículos sean accesibles a los repartidores de Amazon a través de una aplicación, de tal manera que el usuario se encuentre el pedido ya colocado en el maletero. Pero Bezos no se conforma con conquistar el mercado global de la distribución en la Tierra. También quiere conquistar el transporte fuera de ella. La empresa Blue Origin, propiedad de Bezos, ha entrado con fuerza en la carrera por hacerse con los contratos de lanzamiento de cohetes al espacio en Estados Unidos, antaño monopolizada por una alianza de Lockheed Martin y Boeing denominada United Launch Alliance. Posteriormente, la compañía Space X (propiedad de otro de los tecnodioses, Elon Musk, el de los coches eléctricos Tesla) entró a romper esa posición de privilegio y ahora Blue Origin ha anunciado que pretende lanzar su primer cohete, el New Glenn, en 2020. Por cierto, que esta información sobre la creciente competencia privada en la carrera espacial aparece publicada en The Washington Post, uno de los grandes rotativos de la prensa mundial, adquirido por Bezos en 2013 por 189 millones de euros, calderilla para el magnate tecnológico.

Además de Blue Origin y Space X, también hay otra compañía en liza, Orbital ATK, que lanzó recientemente su cohete Omega. Esta firma piensa competir por los contratos de la NASA. No obstante, Blue Origin también quiere expandirse en el mercado turístico, en el que hay otro multimillonario trabajando desde hace años: Richard Branson, el propietario de Virgin. Bezos y Branson pugnan por abrir un nuevo mercado, el de los turistas astronautas. Quieren vender billetes para ponernos en órbita a un precio inicial estimado en 250.000 euros por persona. Branson va como un avión: recientemente su 'nave espacial' SpaceShip Two superó con éxito su primer vuelo de prueba a 25.600 metros de altura y a una velocidad de Mach 2. Bob Smith es el director ejecutivo de Blue Origin y le acaba de contar a The Washington Post que su objetivo final es acabar prestando sus servicios para «millones de personas que vivan y trabajen en el espacio». Y a todas les llegará el paquetito de Amazon, claro.