Como sabe cualquier teólogo, los pecados no tienen siempre la misma penitencia. Esa depende del pecador. Y en política, más. Ejemplo. Esos pelucos de dieciocho mil pavos, con el tamaño y fulgor de una medalla olímpica, que tanto le gustan a Eduardo Zaplana funcionan en el PP como una especie de pulserita todo gratis, pero en Unidos Podemos fruncen ceños (por cierto, ¿es posible fruncir algo que no sea un ceño?). Más ejemplos. Tener una black de Caja Madrid o un plan de pensiones privado conlleva cese inmediato en partidos como Izquierda Unida, mientras que entre la derecha estas cosas son como el chocolate del loro. Pecadillos bien. Cosas que M. Rajoy te puede recriminar con media sonrisa en una convención mientras te tira del moflete y te dice «aaay, truhán». Uf, paso de visualizar eso. Ya os hacéis una idea.

Pablo Casado, a la sazón responsable de Comunicación de su partido, ha cometido uno de los pocos pecados imperdonables entre los suyos: que te pillen trasteando con la meritocracia. Con la meritocracia no se juega chez PP. Sin la bandera del mérito y el esfuerzo, el partido es una pandilla de dinosaurios de buena familia hablando de los últimos de Filipinas y a punto de perder la cartera a manos de Cs, ese aparatito tecnocrático de última generación. Esto no significa que lo vayan a cesar, y menos sin intervención de un juzgado de lo Penal, no os flipéis. El PP en esto es como un banco de provincias, de los de antes: echar no se echa a nadie, pero se le coloca de cajero hasta el día de su jubilación.

La fulgurante carrera del diputado palentino necesitaba sin embargo de esos adornos, esa ´experiencia docente´ en Georgetown y la Johns Hopkins, ese ´posgrado´ en Harvard para alejar de sí la imagen de alguien cuya única experiencia laboral fuera de las faldas del PP es una beca de dos meses en Suiza con el Banco Santander, dato este ya convenientemente tachado de su currículum.

Dentro del partido, sin embargo, ha hecho de todo, desde fotocopias y cafés hasta misiones en Cuba con el ínclito Carromero (no sabemos quién hacía de Mortadelo y quién de Filemón) a las órdenes de Esperanza Aguirre en su época de chaladuras geopolíticas. Nombrar a Casado era decir ´renovación´, esa palabra fetiche, tanto por su edad como por no haber pisado los grandes saraos de la corrupción popular. Pero también por un perfil bien editado: un JASP de clase media (en el PP, si tienes menos de tres apellidos, ya lo eres), un crack de las universidades de élite yanquis, un tecnócrata alfa. Tirando de hemeroteca encontramos que en ninguna semblanza, entrevista o hagiografía desaprovechaba nuestro hombre la ocasión de sacar a relucir su «puesto de investigador en la Johns Hopkins University o el de profesor visitante del Global Leadership and Competiveness Program de la Universidad de Georgetown» (El País, 17/06/2015), o mostrar el «mapa con todos los países que ha visitado. Son muchos, entre otras cosas gracias a los trabajos de investigación que realizó para la Johns Hopkins University» (Tiempo, 04/10/2017). Lo que da de sí que te inviten, como sabemos ahora, a dar una charla.

Casado sonaba hasta ahora como próximo candidato a la alcaldía de Madrid, y su carrera no tenía techo. En comparación con lo que sabemos de sumarios como el Gürtel, el Púnica o el Lezo, su pecado parece venial. Quién no ha afirmado alguna vez «haber vivido en Londres» por aquellas dos semanas de hostal, quién no ha sido ´creativo´ en su perfil de las apps para ligar. Pero fíjate bien. El responsable de Comunicación de ese partido que te habla de esfuerzo, emprendeduría, talento y Marca España, cuando habla de Harvard, se refiere a Aravaca, y cuando dice ´posgrado´, le vale un diploma de CCC. Un nuevo agujero, y no pequeño, en la red de la credibilidad pepera. Ya hay que ser cachalote para que te pesquen con ella.