Una nueva Murcia surgía en los albores de la década de los setenta. Las influencias de más allá de los Pirineos, empapadas en los meses estivales, se dejaban sentir en la Murcia ciudadana con nuevas modas y costumbres. El Café-Bar de Alfonso X era todo un concurrido escaparate donde mostrar palmito y caprichos. Allí, al sol primaveral se admiraron las primeras motocicletas Bultaco todoterreno manejadas por sus orgullosos y jóvenes pilotos: Emilio Abellán y el hoy oftalmólogo Ricardo Alemán Picatoste, pioneros en la materia: coupés, Minis fabricados en Pamplona, ruidosos Seiscientos con pegatinas por doquier encontraron el lugar apropiado donde exhibirse. La minifalda hacía estragos, al igual que las medias melenas y el pantalón campana entre mozos y galanes.

El 2 de mayo de 1973 El Corte Inglés inauguraba, de forma multitudinaria, su gran centro comercial en la Avenida de la Libertad, una profusa y atinada campaña publicitaria acompañó tan magno acontecimiento. Apolíneos jóvenes de aquí como Carmen Caravaca o Rafael Pazos anunciaban en enormes vallas los ansiados grandes almacenes que llegaban. Sí, ya no habría que viajar a Madrid para vestir a la última, para adquirir unos estilosos zapatos, una trenka o un minipull. La historia rodaba rauda por aquellos años de vino y rosas, ajenos o no a los acontecimientos por llegar, aunque en ocasiones nos parecieran tan lejanos como ajenos. Tras la muerte de Franco, ya en 1976, Adolfo Suárez es nombrado presidente del Gobierno, cargo en el que sucede a Carlos Arias Navarro, el rey Juan Carlos ha elegido al político de Cebreros para pilotar la transición a la democracia y un año después se celebrarían elecciones libres y dos años y medio más tarde, España se dotaba de una Constitución democrática.

En las navidades de aquel año 1976, en Murcia, tres jóvenes empresarios: José Ignacio Martínez Roldán, Juan Matas y José Leal, contagiados de aquella ilusión que llevó a la movida que se intuía, inauguraban, frente a la severa fachada del claustro universitario de La Merced, un bar de música y copas que revolucionaría las sosegadas y austeras horas de la noche murciana, el Che-Che House. Ningún nombre mejor que el de una espectacular y simpática muchacha barcelonesa, Cheche, para denominar a aquel sencillo bar decorado en azules y blancos; de amplios ventanales y solicitada terraza para acoger el bullicio de tan numerosa parroquia que a diario y al atardecer se daba cita al ritmo de Sex Machine, de Barry White o aquella otra canción que hablaba de una libertad sin ira. La Murcia guapa había encontrado su pasarela acorde con los nuevos tiempos. El Che-Che fue la luz de un amanecer, de otra Murcia que comenzaba a salir del cascarón y en donde las palabras fueron sustituidas por las miradas. Copas y música en el lugar más 'in' de la Murcia de entonces, donde el ambiente cosmopolita y festivo lucía sus mejores galas, ocurrió cuando dijimos adiós al scooter y pasamos a la motocicleta de gran cilindrada; del Seat 600 a los modelos sport. Ningún lugar mejor que el Che-Che House para vivir y disfrutar de aquellos felices y ya lejanos veinte años.