No voy a fingir, que aquí ya nos conocemos todos: estoy disfrutando perversamente con el drama de Cristina Cifuentes y su máster fantasma. Y no porque quiera ver a la, de momento, presidenta de la Comunidad de Madrid en apuros, sino porque contemplar cómo la titulitis española se vuelve en contra de los poderosos me parece de una justicia poética inmensa.

Por si tenéis la suerte de no estar familiarizados con el concepto de titulitis, os hago un pequeño resumen: dícese de la obsesión por sumar cursos, certificados y diplomas innecesarios que garanticen nuestra valía académica y profesional y demuestren que estamos preparadísimos. Los contenidos formativos de esos programas no importan, lo esencial es tener el papelito acreditativo.

Pero mientras algunos van engordando su CV a golpe de irregularidades, chanchullos, firmas falsificadas e intermediarios, para otros la necesidad de sumar méritos se convierte en una odisea económica y personal. Todo sea por alcanzar la maldita empleabilidad. Y es que, como podréis suponer, esta fiebre por cualificarse hasta el infinito y más allá no nace de forma espontánea, sino que llevamos años siendo machacados con la idea de que si no consigues trabajo es culpa tuya. Porque a ti y a tu currículo os falta algo, porque no eres suficiente, porque no has hecho todo lo necesario por convertirte en alguien medianamente digno para las empresas.

Puede que Cifuentes no recuerde prácticamente nada de su máster, pero toda una generación de jóvenes- y ya no tan jóvenes- españoles tiene grabado a fuego que, para conseguir y conservar un trabajo es necesario estar en continuo proceso de formación. Y ale, venga a acumular títulos y méritos varios. Venga a asistir a talleres y seminarios. Porque seguro que es el próximo curso de Gestión de documentos Word sobre foso de cocodrilos el que te permite ser contratado en algún sitio. Seguro que con el B2 de ese idioma que estás estudiando logras por fin ser deseable para las empresas. ¿Te has presentando a 400 ofertas laborales y no te han llamado de ninguna? Ya verás como con este máster de 6.000 euros lo consigues.

Mágicamente, la fiebre por la cualificación ha venido acompañada por una subida descomunal de los precios en el ámbito de la educación superior. ¿Y qué nos encontramos como resultado? Una burbuja formativa que especula con la enseñanza y a la que se ve arrastrada gente desesperada por encontrar empleo. ¡Oh, vaya, qué inesperado! Por otra parte, sé que el tiempo de los precarios no vale nada (por eso cobrar tres euros la hora es un lujo), pero hombre, requiere cierto sacrificio pasar días y días y días asistiendo a clase, haciendo trabajos y estudiando para los exámenes. Por ello, la posibilidad de que alguien reciba un trato de favor y se pueda ahorrar todo ese esfuerzo resulta, cuanto menos, indignante.

Lo único que empaña mi alborozo con todo el entuerto de Cifuentes es el golpe de deshonra que supone, no solamente para la Universidad Rey Juan Carlos, sino para la educación pública de nuestro país en general. Un derecho que tendríamos que mimar, un sistema del que tendríamos que estar orgullosísimos, pero que a base de trapicheos e indignidades acaba siendo arrastrado por el fango.