La idea de una renta básica incondicional de carácter universal, (en adelante RB), despierta cada día mayor interés, ampliando el debate en torno a ella. La idea es polémica, porque tiene claras ventajas, pero también inconvenientes. Lo esencial es que ese debate se plantee en términos racionales. Alejándose, en mi opinión, de esa racionalidad, el economista Guy Standing, de la Universidad de Londres, cofundador de Basic Income Earth Network (Red Global de Renta Básica), que apoyó la campaña de Jeremy Corbyn para liderar el Partido Laborista, ha lanzado, recientemente, un durísimo ataque a la socialdemocracia, por entender que esa ideología rechaza la idea de una RB.

Standing entiende perfectamente comprensible que, desde posiciones conservadoras, se pretenda restringir el significado del trabajo exclusivamente al trabajo remunerado, pero, para él, es ininteligible que también piensen así los socialdemócratas, cometiendo la «impertinencia» de afirmar que sólo el trabajo remunerado dignifica a las personas y les da sentido de integración social: Marx ya lo calificó como una «actividad alienante». Y resalta: «Díganle a un hombre que baja a las alcantarillas a arreglar tuberías que está ganando dignidad y sentido de pertenencia social, y puede que reciba una respuesta no deseada». Por ello, una renta básica incondicional es positiva porque ofrece una perspectiva de seguridad en los ingresos y fomenta el trabajo, más que el trabajo remunerado. «A menos que los socialdemócratas rompan su compromiso con el trabajo remunerado, desaparecerán como fuerza política».

De la radicalidad a la racionalidad

De la radicalidad a la racionalidadLa idea de una RB es vieja, aunque en los últimos años está adquiriendo una fuerza particular, quizá como consecuencia de la revolución digital, el aumento de la robótica y los progresos en materia de inteligencia artificial que, se supone, pueden constituir un elevado riesgo de destrucción de puestos de trabajo. En absoluto, está claro que esto vaya a suceder. Sí desaparecerán empleos, que se automatizarán, pero es muy probable que se creen otros muchos, como ha sucedido previamente a lo largo de la historia de la industrialización. De hecho, las diferentes proyecciones que sobre esta materia se están realizando dan resultados muy contradictorios. Lo que parece más factible es que, aunque no peligren, en términos netos, gran cantidad de puestos de trabajo, sí se vea negativamente afectado el nivel de salarial.

Una RB no es, necesariamente, una propuesta políticamente de izquierdas. Es cierto que la idea ha sido defendida por economistas de orientación keynesiana, como Tobin, pero también por otros claramente liberales, como Milton Friedman, que abogó por algo relativamente equivalente, como un impuesto negativo sobre la renta, con la intención de suprimir el burocrático sistema asociado a las ayudas sociales. De hecho, en un sentido muy estricto, una RB, al concederse al margen de las condiciones particulares que afectan a cada persona, esto es de forma universal e incondicional, rompe con el principio de progresividad. Por ello, es cierto que desde la socialdemocracia clásica se haya alertado que la RB puede poner en peligro los actuales sistemas de protección -a los que sustituiría—basados en la cobertura de situaciones de necesidad. De hecho, algunos socialdemócratas señalan que la RB es una mala noticia para el Estado del Bienestar.

En términos de análisis económico, una de las cuestiones que se plantea en relación con la RB es cómo afecta a los incentivos. Quienes están en contra de ella sostienen que desincentiva la búsqueda de empleo, y se preguntan por qué debe pagarse un sueldo a personas que, pudiendo trabajar, prefieren no hacerlo. De ello se deriva que, cuanto menos gente trabaje, más difícil será financiar una RB, lo que podría hacerla insostenible.

Sin embargo, quienes están a favor, defienden que, por el contrario, mejoraría los incentivos para elegir un trabajo que constituya la auténtica vocación de la persona, potenciando la capacidad creadora, la educación, el emprendimiento y el voluntariado, dando lugar a que se fortalezca la sociedad civil y la vida cultural. Además, aumentaría el poder de negociación de los trabajadores y, en consecuencia, los salarios, ya que obligaría a los empresarios a crear trabajos más aceptables. Lamentablemente, no disponemos de experiencias que nos permitan acudir a la evidencia empírica para obtener conclusiones. Lo que sí podemos afirmar es que la RB, por su propia naturaleza, no jugaría el papel de estabilizador automático macroeconómico que sí desempeñan algunas ayudas vigentes, como la prestación por desempleo.

Principales ventajas

Principales ventajasQuizá unas de las principales ventajas de la RB sean, por una parte, su simplicidad, ya que permite abolir todos los programas actualmente implantados para ayudar a aquellos que no pueden mantenerse a través de un trabajo remunerado, y por otra que, en sí misma, y siempre que su cuantía supere claramente el umbral de la pobreza, constituye una vía de redistribución de la renta, en un mundo cada vez más desigual.

En paralelo, su principal escollo puede ser el coste de financiarla. Hay quienes sostienen que una RB no tiene porqué ser insosteniblemente cara, dado que, en el extremo, podría no requerir más gasto público, motivo por el que no afectaría al resto de los servicios públicos. Lo anterior solamente es viable si, desde el punto de vista presupuestario, resulta neutra. Una forma de hacer viable esto último sería tener en cuenta todas las ayudas sociales en vigor, de cualquier naturaleza, y distribuir su suma, como una cuantía fija, entre todas las personas, incluyendo a quienes ya tienen unos ingresos elevados. Pero, en este supuesto, resulta evidente que la cuantía a percibir por cada uno de los ciudadanos sería muy baja, quedando ésta por debajo del umbral de pobreza. En otras palabras podríamos decir que la RB sería simple, porque evitaría los costes, sociales y económicos, de evaluarlos, pero estaría sustituyendo a sistemas que no son simples, creando ganadores, que no lo necesitan, y perdedores, por lo que, aunque fuera presupuestariamente neutral, no sería, en absoluto, neutral desde el punto de vista de la distribución del ingreso. En este supuesto, la RB no sería una herramienta eficaz para acabar con la pobreza, ni tan siquiera para aliviarla.

En consecuencia, como mínimo, el importe de una RB debería ser capaz de eliminar el riesgo de pobreza, para lo que sería necesario que superara el umbral que la define.

Y en este caso sí es incuestionable que tendría unos costes muy elevados, que solamente podrían financiarse mediante una profunda reforma fiscal que aumentara la presión y la progresividad fiscal, con efectos, posiblemente perversos, sobre la oferta y la demanda de trabajo, así como sobre los salarios. La historia demuestra que no todas las políticas bienintencionadas dan buenos resultados cuando se ponen en práctica.

No quiero con esto, ni mucho menos, descalificar la idea: debemos valorar seriamente la posibilidad de una renta básica incondicional, de carácter universal. Ojalá podamos aprender algo de las experiencias piloto puestas en marcha el pasado año.