Murcia, desde siempre, ha ofrecido a vecinos y sorprendidos foráneos un paisaje fecundo de ociosidades. Establecimientos con sabor post-romántico como lo fue el Café del Siglo, otros para la ensoñación cotidiana como lo fue el Café Oriental o la Cervecería Seguí en la céntrica Trapería; el Café Nigeria, que decorara Luis Garay, se recuerdan en efemérides y libros que hablan de nostalgias y de anécdotas mil a costa de su parroquia. La ciudad castiza, apartada de la rosa de los vientos que sigue siendo las Cuatro Esquinas en la Murcia eterna, la que se encontraba al amparo de las iglesias de Santa Catalina y San Pedro, cobijaron en tiempos más recientes bares como el Olimpia, aquel bar de veladores de mármol y letrero de camarero enorme que incitaban a la tertulia, transitado en horario escolar por los colegiales maristas rumbo al soberbio edificio de La Merced en el Malecón, atajo que tras atravesar el Almudí les llevaba hasta su destino, previo escarceo ante la singular máquina modernista, la que en teoría permitía observar fotografías de señoras en bolas que jamás llegaron a contemplarse.

Cambian las formas, pero muy pocas veces lo hacen los fondos básicos en el complejo mundo de las relaciones humanas, así el Café Mi Bar o el Café Santos en los años sesenta acapararon las tertulias taurinas o futbolísticas, los nuevos tiempos que depararon los años setenta y como pionero, tras el éxito de Cheche House (imitado por un pléyade de jóvenes emprendedores) surgiría, manteniéndose como bastión inagotable a lo largo de los años, el Bar Din-Don. Su creador, don Antonio Sánchez Serrano, conocido por sus amigos con un apodo tan taurino como ´El Litri´, marcó y marca la impronta de tan veterano bar.

Alejado de las modas al uso y de lo sofisticado, el Din-Don es eso, un bar. Un bar tan formal y serio como su dueño, donde se habla de toros y de fútbol y se escucha la mejor música española de los setenta y ochenta de forma tan agradable que permite la tertulia. Bar de parroquia fija entre semana, reducto de los últimos especímenes de eras tan sonadas como la ye-yé o la pop; cobija el silencio de solitarios ante una muy excelente copa, silencio que se ve roto ante el comentario inteligente, enhebrando así amistades duraderas. Posee el decano establecimiento soberbio ´rincón del guapo´ que permite ver sin ser visto. Refugio del guerrero que quiere saborear un buen gin-tonic. Los toreros, tras los festejos septembrinos se dejan caer y retozan en su barra. Bar preferido del desaparecido diestro José María Manzanares y del inolvidable ´Cañitas´, otorgan al Din-Don ése toque de solera amable que sólo conceden los años.

La hinchada del Real Murcia aplaude o llora en él miserias y triunfos. Un bar madrugador en su apertura y cierre que vence los designios del tiempo gracias a su apacible intimidad, la que recuerda los bares de antaño y donde al tañido de la campana acuden jóvenes beldades atraídas por la frescura de la barra y la exquisitez de la palabra. Un bar el Din-Don en el que Murcia se vive, se quiere, y se comenta. Un buen bar el Din-Don para ir sin prisa.