Es el día del Bando y me levanto temprano para escribir esta columna. Como estoy de vacaciones y recién llegado de un viaje, todavía me siento algo apartado del mundo. Después de varios días de paseos sin rumbo por ciudades ajenas y largas veladas nocturnas de conversación con amigos que viven lejos, la vuelta a la realidad se hace difícil y se supone que aquí hay que hablar de la realidad, que es lo que hacen los periódicos, ¿no? Mientras me preparo el café, pongo la tele a ver qué está pasando. Una diputada que se ha quedado embarazada, las estadísticas del paro, unos elefantes heridos en la autopista€ ¿Eso es la realidad?

«Al ir cumpliendo los objetivos de déficit público, cada vez la senda de ajuste es menos estricta», dice el secretario de Estado de Presupuestos. Apago la tele. El periódico dice en su portada que la UE renuncia a legislar en contra de las noticias falsas y que el Tribunal Supremo decide sobre el derecho al olvido en Google. Nadie puede fabricar un pasado a su medida, se dice. Esto podría dar para una columna, pero creo que será en otra ocasión porque ahí fuera el cielo está muy claro, los tranvías bajan ya hacia el centro con un color diferente en las ventanas y mis hijas se han levantado.

La columna se convierte en este silencio de las horas previas a la fiesta que empieza ya a romperse con las sirenas a lo lejos y el alboroto que se está desatando en casa. «¿La cruz se pone pegada al cuello? No me acuerdo€ ¡Este chaleco se me empieza a quedar pequeño!», dice la mayor. «¿Quién se ha puesto mis zapatos?», grita una de las mellizas. «El año que viene me tendré que comprar algo rosa», dice la otra sin hacerle caso. Y pregunta: «¿Dónde está La Fica?» La mayor ya está lista. No sé lo que va a encontrar allí donde va, quizá lo mismo que nosotros vimos en otro tiempo, cosas que no se pueden atrapar pero que nos pertenecen para siempre, aunque sea en forma de preguntas sin respuesta. La realidad verdadera. Las gafas de sol prendidas del escote son fundamentales. «No bebas», le digo. Y se lo repito a las mellizas cuando se plantan radiantes delante de mí, listas para la fiesta. Solo les falta el clavel. «Me encanta ser murciana, me parece superbonito€».