Bueno, parece que ya quedó atrás la Semana Santa, que es esa época del año que en los Estados modernos y aconfesionales como el nuestro empezamos encausando a un rojeras por ofensas a Dios y acabamos cantando, con nuestros ministros de Interior, Justicia y Educación y Cultura, 'soy el novio de la muerte' en una procesión (vaya, creo que he colocado demasiadas mayúsculas en este párrafo; igual habría que quitar las últimas tres).

Otros fastos súpercompatibles con seguir siendo una democracia europea del siglo XXI han sido el indulto de presos a petición de la Conferencia Episcopal, las banderas a media asta por la muerte de Cristo en los cuarteles o, ya en nuestra Región, la restauración del sudario fundacional de la Real e Ilustre Cofradía de Nuestro Padre Jesús Resucitado, valorada en 5.000 euros y anunciada por la Consejera Portavoz del Gobierno Regional, Noelia Arroyo. Arroyo también ha sido nombrada estos días (total, pa qué disimular ná) Madrina de los Caballeros Portapasos de la Agrupación Nuestro Padre Jesús Resucitado, titular de la Cofradía. La operación, con cargo, cómo no, al presupuesto público de Cultura (jo, otra vez sobredosis de mayúsculas, va, quitad si eso la última).

No sé vosotros, pero yo, estas fiestas de guardar, he sentido nostalgia. Nostalgia de esos tiempos en que el tradicional debate sobre laicismo se centraba en la conveniencia o no de que los cargos públicos asistieran en calidad de tales a las procesiones. Buá. Desparrame. Acordaos. Teníamos más pelo, estábamos más flacos, creíamos que el tiempo discurría hacia adelante? Tontás de la juventud. También el debate era de mayor calidad. Estos días, si se te ocurre levantar la ceja y comentar por ejemplo que el ministro Catalá cantaba desafinado el himno de la Legión te sueltan un «pues con Mahoma no te metes» que lo zanja todo.

El problema no está solo en el victimismo (que ya me contarán cómo se justifica) de esos fanboys del siglo XIX que parecen hablar ahora por boca de tanta gente, sino en la agresividad, el maniqueísmo y el pensamiento dicotómico que vienen a continuación. Efectivamente, si le arrugas el morro al tsunami nacionalcatólico te llevas un «pues con Mahoma no te etcétera»; si el encarcelamiento de políticos catalanes te parece un gesto totalitario, eres una especie de traidor a tu país; no por último, si la condena perpetua te suscita dudas, cuidado, porque igual acabas de cómplice de Ana Julia, ante los ojos de no poca gente entrañable. Es un buen momento para vender tus acciones en las escalas de grises.

Esos y otros síntomas (no olvidemos la alegría con que desfilan titiriteros, tuiteros y raperos por la Audiencia Nacional) me hacen pensar en una desacomplejada marcha atrás. Se trata tal vez del signo de los tiempos: cuando el futuro se percibe oscuro, una peligrosa nostalgia por identidades ideales se impone al sentido común. Es inevitable preguntarse si no estarán tal vez nuestros mandantes copiapegando la campaña que hizo presidente a míster Trump, ese escalofriante 'again' de su lema electoral que puede que acabemos escuchando por aquí: Hagamos a España grande otra vez. Ojalá que no nos cuelen también el una y el libre, así como de tapadillo, en la operación.

En fin. Hoy es el día del Bando en mi ciudad, la gran fiesta, sobre todo si uno ha escogido el adecuado. Si no es así, si tú estás en el bando del futuro, vaya mi pésame, compañero. Y tal vez una cosa más, un mensaje, de un tal John Connor. Que si estás escuchando esto, eres la resistencia, dice el zagal, hegeliano él. Y que si llegas antes a la barra le vayas pidiendo. Caña y michirones, que viene ya.