No sé si esa cierta ajenidad que profeso al mundo de lo cofrade he de sentirla culposa o no. Es una seña de identidad de esta tierra que no habita en mí. Qué le vamos a hacer. Imagino que media tan sólo un mero acto de voluntad para serlo, pero no lo hago. No fulge en mí esa llama, y no debo traspasar esa línea. Imagino que hay cofrades de toda intensidad e intención. Y pudiera adscribirme al grupo de los tibios. Pero algo me dice que debo quedarme a este lado de la raya. Por supuesto, debe ocurrir, claro está, que no todo el mundo es cofrade. Más aún, la mayoría no somos cofrades. Con todo, percibo esa efervescencia en la ciudad, y aun en la Región en que vivo, desde poco después de las fechas terminales de la Navidad. Y, como digo, lo veo como algo que pasa en el país vecino; uno de los países que está dentro del nuestro. Hay muchos países otros, que están dentro del que habitamos. Son otras realidades que coexisten con las propias. Y sucede que somos a la vez lo que somos y lo que dejamos de ser. O lo que no somos y nos complementa. De ahí que no ser cofrade y ver a los que sí son cofrades, acaso sea una manera mínima de ser cofrades. ¿O no? Yo qué sé€

Yo respeto mucho el entusiasmo de los cofrades por lo suyo. Faltaría más. Pero hay una especie de burbuja invisible e intraspasable, que me aliena de tal entusiasmo. Acaso sea que mi fe alienta en esferas menores de la confianza en la trascendencia. Tampoco sé.

Yo le doy la enhorabuena a todas cuantas personas conozco, inmersas en el mundo cofrade. Y admiro su entusiasmo notorio; su celo por ayudar en todo lo concerniente a su procesión, o procesiones. Ese celo y entusiasmo es lo que envidio. No mi situación extramuros del mundo cofrade. Envidio y admiro esa forma de ser, de comportarse con referencia a lo suyo. Si la palabra contumacia pudiera emplearse en modo encomiástico, la usaría para describir su afán. Pero contumacia es vocablo que expresa reiteración en lo perverso o equivocado. Aunque, eso sí, denota una intensidad que no tiene ninguna otra palabra. Por el otro extremo ahí está la palabra vicio. Si la palabra vicio pudiera entenderse como ameliorativa, sería asimismo la que emplearía para definir su pasión por lo cofrade. Y bien sé que se es cofrade todo el año, con una intensidad mínima bastante potente. Así pues, contumaces y viciosos (en el sentido diametralmente opuesto al usual) encuentro que son los cofrades en su condición de tales. Ojalá nadie se ofenda.

Y, por eso, acaso pienso con melancolía, no poseo yo dedicación alguna entre mis quehaceres que merezca, ni de lejos, esos adjetivos. Yo felicito al mundo cofrade por creer tanto en lo suyo. Y practicarlo. Dan una lección perfecta de lo que es amor, dedicación y apego por aquello en lo que viven. Un ejemplo para todos, yo, el primero. ¡Enhorabuena, amigos cofrades!