Aún nos dura la emoción y la alegría. Lo que se anticipaba se hizo realidad, el 8 de marzo de 2018 fue un día histórico. Seguramente sin la existencia de las redes sociales no hubiéramos conseguido que el mensaje del feminismo fuera global y que ya sea imposible silenciarlo. Las mujeres hemos sabido ver la importancia de las redes como un medio para comunicarnos entre nosotras, para conocernos, para sentirnos unidas más allá de fronteras e, incluso, de diferencias ideológicas. Nos hablamos, nos recomendamos libros, películas, teatro, actividades; compartimos contenidos, experiencias, dificultades; debatimos diferencias y denunciamos abusos; nos solidarizamos con movimientos como el #Me too o el #Time up! y los hacemos nuestros ( #Yo también y #¡Basta ya!) porque nos damos cuenta de que aquí el acoso también se silencia; vamos actualizando nuestro conocimiento y profundizando en el feminismo porque aprendemos de los numerosos colectivos de mujeres, con distintas sensibilidades y reivindicaciones, que hasta hace bien poco han sentido su aislamiento o poca visibilidad.

El 8 de marzo millones de mujeres en el mundo entero respondimos a la convocatoria de muy distintas maneras: manifestaciones multitudinarias en las calles y concentraciones en las plazas; actividades en colegios, institutos y universidades; haciendo huelga de 24 horas o paros de dos horas; colgando delantales en las ventanas, hablando en las casas, escribiendo artículos, participando en debates, etc. Hubo medios de prensa que se unieron ese día, como LA OPINIÓN, que publicó una edición especial en la que la firma de columnistas era sólo de mujeres, así como todas las fotografías de la edición. También hubo programas de televisión y de radio en los que los hombres estuvieron sustituyendo a sus compañeras, que hacían huelga, poniendo en evidencia que les faltaban. No se referían sólo a la cara o la voz de la mujer que habitualmente los presenta sino al grueso del equipo técnico que está detrás. Hubo hombres, en definitiva, que nos acompañaron ese día, bien poniendo en evidencia nuestra ausencia en los lugares que habitualmente ocupamos, bien dándonos más espacio del que solemos tener, bien caminando en silencio a nuestro lado en las calles.

Ha sido un clamor que ha cambiado el discurso político, incluso de quienes declaraban públicamente que la manifestación era de Podemos (ninguneando a las plataformas de mujeres que eran las verdaderas convocantes de las manifestaciones), que la huelga era de élites feministas (obviando a cientos de colectivos de este país que luchan por la igualdad como es el caso de Gitanas Feministas, de colectivos de barrio, de movimientos LGTBQ, de asociaciones de mujeres víctimas de violencia de género, del colectivo de Las Kellys, de trabajadoras en precario, de las encargadas de los cuidados de personas dependientes, etc.) o que era anticapitalista (¿alguien pone en duda que el mercado neoliberal, la máxima expresión del capitalismo, ha visto la oportunidad de negocio en la explotación del cuerpo de las mujeres disfrazándola de libertad para prostituirse o para alquilar su vientre como gestante? ).

No es difícil darse cuenta de la ignorancia que sustenta estos alegatos si tenemos en cuenta que nuestra flamante ministra de Igualdad, en una entrevista con Pepa Bueno, no tuvo rubor al afirmar que el feminismo es una ´etiqueta´ y cuando se le preguntó si recomendaría un libro a las mujeres que quisieran iniciarse en el feminismo, por esas rendijas del inconsciente que son los lapsus linguae, bautizó el libro de Nuria Varela como Principiantes en feminismo. Pues sí señora, usted es principiante pero sin vocación de aprender porque pretende que existe una contradicción entre el repetido mantra-consigna de su partido («yo creo en la igualdad real y efectiva») y el feminismo. Vistas las reacciones posteriores, se puede decir que hubo quienes se acostaron negacionistas el día 7 y se levantaron feministas el 9.

La política tiene estas cosas. El feminismo interpela a hombres y a mujeres. No es cualquier cosa. Supone revisar nuestra respuesta a los roles asignados, cuestión que parece fácil pero que no lo es porque lastima reconocerse, retrospectivamente, en situaciones de discriminación que hemos vivido vestidas de normalidad. A nosotras nos ha dolido vernos, en nuestra historia personal, respondiendo a los valores de esa cultura patriarcal y desprendernos de ella con el coste, a menudo, de la incomprensión y del rechazo social, familiar e, incluso, de nuestros compañeros sentimentales. Sabemos bien cómo se castiga el dejar de funcionar como ´un ser para el otro´, pero hemos conquistado el terreno de nuestro propio deseo, aunque aún tengamos que derribar muchos obstáculos para conseguirlo. Sabemos que el hombre tiene un doble trabajo: el dolor de reconocer su propia educación machista y el de atreverse a perder los supuestos privilegios que el sistema le concede por el hecho de ostentar la asignación de género ´hombre´. Y decimos ´supuestos´ porque muchos compañeros feministas se han liberado también de los mandatos de género masculinos.

Amelia Tiganus afirmaba en el programa Las invisibles de Salvados: «El feminismo salvó mi vida». Pero, sobre todo, nos interpelaba a todos: «Nos tendremos que plantear como sociedad qué es lo que estamos haciendo mal para que una mujer no encuentre todo ese apoyo y no encuentre ese poder de decir ´bueno me enfrento a todo esto porque me siento arropada´. No sabría explicar el porqué de ese deseo tan grande de dar la cara y de decir: Mírame a los ojos y escucha esto y aguántalo. Porque tienes que aguantarlo, yo lo aguanté viviéndolo. Tú tienes que aguantar y escucharlo y ahora te he hecho cómplice de mi lucha y tienes que responder a ello. Tu respuesta va a depender de ti. (€) creo que es una manera muy buena para retar a la gente y decir: bueno, ahora sabes todo esto ¿no? ¿Qué haces con ello? ¿Te sumas? ¿Te quedas? Pero no estorbes, o vienes o te quedas, pero no estés en el medio».

A quienes, todavía, nos acusáis del pecado del feminismo os pedimos que estudiéis, que escuchéis y que aprendáis. Y, sobre todo, que no estorbéis.