Refundar el Partido Popular con Rajoy de testigo (qué digo testigo; de aval) es como pedir que creamos en el Santo Advenimiento. En todo caso, sería algo así como limpiar el salón ocultando la basura bajo el sofá.

Tengo para mí que el impulso que llevó a Fernando López Miras a convocar el congreso extraordinario del PP que se celebra hoy lo arrastró (para obviar que se trataba de un recurso con el que legitimar un liderazgo, el suyo, inducido por su predecesor) a una incontinencia verbal en que empleó dos términos demasiado arriesgados, y hoy ya comprometedores: ruptura y refundación.

Veamos: ¿ruptura de qué o respecto a quién, si López Miras representa la línea de continuidad del sucesionismo oficial tras la fuga del hiperlíder Valcárcel? Visto desde fuera, ruptura sería en estricto sentido la no continuidad de López Miras. Pero una ruptura proclamada por éste parece, a simple vista, una contradicción en términos. En todo caso, la ruptura del valcarcelismo ya se produjo en tiempos de PAS, cuando cayeron los lugartenientes Cámara, Bascuñana y compañía. Entonces ¿qué otra clase de ruptura sería ésta?

Y en cuanto a la refundación, ¿sabe el actual presidente de los populares lo que ese concepto significa en el imaginario del PP? Tal vez andaba todavía a gatas cuando en el congreso de Sevilla, AP se convirtió en PP, y aquel partido de la derecha neofranquista se lanzó a la conquista de nuevos horizontes proclamándose de centro en sus estatutos. Es decir, en el PP la palabra refundación equivale históricamente a revolución, a cambio radical; en su momento, hasta de siglas, de imagen, de caras y de programa. ¿Es esto lo que se propone hacer hoy López Miras ante la atenta mirada de Rajoy, el hombre que nunca cambia ni deja que algo cambie?

Ruptura y refundación son términos que le vendrían al pelo al PP, pero todo el mundo sabe que inevitablemente pasan por la retirada de Rajoy y lo que éste significa: el dejar hacer, dejar pasar; el relativismo moral sobre la corrupción, y el preestablecimiento de los intereses económicos de las élites frente a las necesidades básicas de la sociedad en su conjunto, incluyendo las de los sectores de voto cautivo a su partido. Ruptura y refundación son dos conceptos que estaban ahí, esperando la mano de nieve de quien se atreviera a decir que Rajoy está desnudo, y López Miras se ha adelantado a tomarlos, pero para aclocarse junto a Rajoy. No hay recurso más rajoyano. De ahí que Rajoy parezca estar encantado con este hombre que habla de ruptura y de refundación apoyándose en el líder que representa la esclerosis y el retroceso.

Sin ideas relevantes. ¿Y qué resultará hoy de este propósito tan solemne, anunciado en la convocatoria del congreso? Un cambio en la estructura de la dirección que estará encaminado, lógicamente, a reforzar la acción electoralista, pues el objetivo indisimulado es 2019 e intentar parar la ´Alerta Naranja´ de que advierten los meteorólogos electorales. Puede que desaparezca el dualismo entre secretaría general y coordinador y aumenten las vicesecretarías ejecutivas. Desde luego, Maruja Pelegrín dejará de representar un papel que, desde que lo asumió no ha ejercido ni nadie le pidió que lo hiciera, y probablemente el conjunto de las responsabilidades quede en manos de miembros de la generación del presidente. Tal vez podría decirse que la sorpresa sería que José Ballesta adquiriera un papel relevante en la dirección, pero a estas alturas lo raro es que no lo adquiriera. Por su parte, Miralles ha acreditado como coordinador una gran capacidad negociadora, sobre todo con Ciudadanos, que es lo que importa al PP, de modo que es posible que sea reforzado. La ´vieja guardia´ y los que disponen de ´experiencia´ podrían quedar relegados a alguna jaula de asesores senatoriales. Al comité ejecutivo puede que no lo reconozca ni el padre que lo fundó, pero tampoco se esperan sorpresas electrizantes.

En cuando al programa, todas las generalidades que se han avanzado de las distintas ponencias son irrelevantes, nada que suene a ruptura ni a refundación, ni siquiera a reestablecimiento de prioridades. Se habla de un nuevo código ético (y van...) que servirá para poco, a la vista de para lo que han servido los precedentes. Visto que, en Madrid, el responsable de la Oficina del Cargo Popular, que vela por la idoneidad de los responsables públicos es el cartagenero Andrés Ayala, todo está dicho de antemano sobre voluntad e intenciones. Veremos si ese nuevo código ético se refiere a la posibilidad de disponer de asesores con imputaciones judiciales, como es el caso de la Administración regional, o si es procedente la recolocación de exalcaldes y otros cargos sin empleo privado en asesorías o puestos para los que no se les aprecia una previa cualificación. Veremos.

La verdadera ruptura. ¿Y qué sería, a ojos de todos, una verdadera refundación? Por ejemplo, y tomando sólo cuestiones de la actualidad más inmediata: que hoy López Miras se dirigiera a Rajoy y le exigiera la actualización de las pensiones de acuerdo al IPC. No es mucho, dado que la mayoría de las pensiones son de miseria, así como el IPC. Sería una demanda lógica en el presidente de una Comunidad en la que se cobran las pensiones más bajas de España, por debajo del umbral de la pobreza. ¿Y de dónde saldría el dinero? Otro ejemplo: evitando que un solo euro de los impositores murcianos sirviera para rescatar la autopista Cartagena-Vera, una carísima vía hacia ninguna parte planeada en pleno boom especulativo por Valcárcel para conducir a turistas residenciales desde el aeropuerto de Corvera a Marina de Cope, un espacio natural de la costa en que el Gobierno regional promovió urbanizaciones, hoteles y campos de golf para miles de inversores, que fue abortado por una doble causa: el escaso éxito de la gestión gubernamental para atraer a promotores y una sentencia del Tribunal Constitucional. Solo con el remanente de los despilfarros promovidos por los Gobiernos del PP se podrían triplicar las pensiones. Si hablamos de ruptura, la expresión de estas autocríticas, aunque fueran matizadas o sobreentendidas, abrirían un buen camino.

En fín, ya sabemos que una cosa no tiene que ver con la otra (las pensiones y las autopistas), pero la gente no es tonta, y en el trajín de las partidas estatales de un epígrafe a otro hay quienes no se explican que, de pronto, haya miles de millones para lo previsible, y no quede nada para lo preciso. Ese es el esquema, y los dirigentes del PP debieran conocerlo. López Miras presume de que, fuera de su función presidencial, sigue haciendo la vida de siempre, que está en la calle y que con sus amigos y conocidos apenas habla de política, pero que tiene la oreja bien dispuesta. Pues bien, esto es lo que pasa: el personal no entiende que no haya un duro para las pensiones y millones de euros para los concesionarios de las autopistas, financiadores presuntos del PP. La verdadera ruptura significaría protestar contra este estado de cosas, y adelantarse a que esta perlita sea manejada por la oposición, y más ahora que los pensionistas han despertado y con ellos sus hijos y nietos, los futuros pensionados. Esto no es política nacional, sino local, de todos en cada calle y domicilio. ¿Hay un líder en el PP que se atreva a decírselo en voz alta a Rajoy? Hoy lo sabremos. No se trata de pedir a López Miras que haga el papel de Nikita Kruschev, sino de advertirle de que no puede haber ruptura ni refundación sin admisión expresa de los errores que hacen exigible la una y la otra, así como de propuestas y actitudes que reflejen gráficamente el cambio que se predica.

Militancia evasiva. Este envite, el del ´congreso abierto´, ha servido para que quede a la luz una cierta impostura que el presidente popular se ha aprestado a admitir: la militancia real de los populares en la Región es falsa. En la práctica votan unas 1.400 personas, a pesar de que se inaugura el proceso de ´un militante, un voto´, con carpetazo al sistema representativo de los comisionados. Esto significa que en un congreso abierto a los militantes vota exactamente el mismo número de personas que en los congresos de Valcárcel, a los que acudían delegados hasta completar el aforo del Auditorio Regional. Al parecer, muchos militantes habrían debido actualizar sus cuotas, lo que les supondría una media de ochenta euros por persona, y han preferido ahorrarlos antes que contribuir a una votación cuyo resultado estaba cantado de antemano. Pero esto significa que todos esos militantes dejarán de serlo a no ser que se dicte una quita de su deuda a la organización y empiece la cuenta desde cero. Si el PP murciano hubiera tenido en realidad 37.000 militantes efectivos y cada uno de ellos pagara una cuota de cinco euros al mes, los ingresos alcanzarían los 185.000 euros, es decir, 2.220.000 euros al año, lo que no estaría mal para cualquier empresa. Con estas cifras, la financiación del PP no entraría en sospechas. Pero todo es falso. Aquí no paga nadie. En el municipio de Murcia han votado unos doscientos militantes, menos que cargos públicos y allegados directos tiene el partido, y desde luego, menos que los militantes activos de Ciudadanos, de Podemos o del mismo PSOE, cuyos censos de militantes son más reducidos pero más reales. ¿Qué le pasa al PP? Algo no funciona ahí cuando se mantiene la imagen de un gran partido con un cuerpo extraordinario de militancia, y a la hora de la verdad solo intervienen los mismos de siempre, un círculo limitado a un millar y medio de personas. Ojo: han dejado ver que no son tan potentes, al menos como organización, aunque resulten muy efectivos para propalar el gran lema oculto que les hace ganar las elecciones y que se escucha una y otra vez en boca de muchos de sus simpatizantes y votantes: «El PP es un partido (aquí póngase el adjetivo descalificativo que se prefiera), pero los demás, si gobernaran, harían lo mismo». Infalible, pero no eterno.

Las quinielas. La clave de este proceso es que la ´renovación´ del PP (otra en el periodo de un año) carecería de sentido si no se extendiera al Gobierno. Las cosas internas de los partidos pertenecen a una domesticidad política de escasa trascendencia más allá de los círculos no politizados. De ahí que la agenda de López Miras contemple, tras el congreso de hoy, un nuevo efecto mediático, intermedio, y ya hacia el exterior: la proclamación de los candidatos a las alcaldías para 2019, que vendrá después de Semana Santa, esto una vez que no hay dudas en el eje de las tres grandes capitales (Ballesta, Arroyo, Gil). Y después, la expectativa es el cambio de Gobierno. Tal vez incluso sea imprudente desplazar esa decisión más allá de marzo, pues las consejerías están ya afectadas por el virus de la remodelación, y será peor cuanto más tarde. Las quinielas corren por los wasaps de los primeros y segundos escalones de la Administración, y las hay de todos los colores. La especulación es libre, y unas se retroalimentan de las otras. En realidad, López Miras podría tener dificultades para afrontar una renovación total de su Gobierno, al que no hace todavía un año calificó como el mejor que ha tenido nunca la Región, pero tal vez decepcionaría si se limitara a un simple lifting. Quizá atienda a un ajuste de competencias con nueva distribución de las mismas, con el efecto de bailar nombres antes que sustituirlos. O, contémplese también esta posibilidad: si después de tanto movimiento viera arriesgado adentrarse en tocar la fibra más sensible podría incluso dar marcha atrás y dejar todo como está. De momento, no ha abierto la boca, por si acaso.

Pero en los mentideros de la Administración bullen todo tipo de supuestos. Juan Hernández podría sufrir un síndrome de viudez sin PAS y se pasaría al sector privado. Adela Martínez Cachá, aunque da el tipo en su sector, anda a gritos con su equipo. Francisco Jódar todavía no ha sido capaz de salir mentalmente de Lorca, y como consejero de Agricultura y Agua resulta una sosería, un descubrimiento que los lorquinos ya conocían de cuando era alcalde, pero el problema es que lo sacaron de alcalde para hacerlo consejero y que si ahora queda fuera, ni alcalde ni consejero. Javier Celdrán no tiene una consejería, sino un puzzle, y eso habría que cambiarlo. Joaquín Segado, presidente del PP de Cartagena, podría ser recompensado con una cartera por el aterrizaje de Noelia Arroyo como alcaldable de esa ciudad, aunque él tal vez preferiría la Autoridad Portuaria, como cualquiera. De Pedro Rivera, el no político con funciones más políticas, cuyo despacho está más cerca del presidencial, no se sabe si sube o baja por el ascensor de San Esteban; en realidad, Rivera es un misterio desde siempre. De entre las mujeres protagonistas del congreso de hoy (las alcaldesas de Archena, Patricia Fernández, y de Blanca, Esther Hortelano, así como la concejala murciana Conchita Ruiz) alguna o algunas podrían estar señaladas para el Gobierno. Más mujeres y más Cartagena, apuntan de otros lados.

Estamos en el epicentro del trabalenguas: el PP está en fase de refundación, quién lo refundará, aquel que lo refunde buen refundador será. Lo malo, según sabemos por la experiencia, es que los partidos sólo se refundan cuando pasan a la oposición. Y esto, basta mirar la calle y las encuestas, es una posibilidad. Sobre todo si cuando los populares despierten, como en el cuento, Rajoy sigue estando ahí.