La Humanidad dio un salto cualitativo y cuantitativo con el descubrimiento del fuego, que permitió calentarnos el cuerpo más allá del calor natural derivado de arrebujarnos los unos contra los otros en la dudosa protección y seguridad que nos proporcionaban las cuevas paleolíticas. El fuego hizo posible convertir la madera en nuestra primera fuente natural de energía, con escasa relevancia para el medio ambiente gracias a la enorme dispersión e irrelevante dimensión de las hordas de seres humanos primitivos en relación con la inmensidad geográfica de nuestro planeta.

Esa situación derivó a peor, como tantas otras cosas, cuando cambiamos las cuevas por chozas y acabamos agrupando las chozas en ciudades y éstas evolucionaron a megaciudades. La combustión de la madera y de las fuentes fósiles de energía como el carbón, convirtió las grandes ciudades, donde por otra parte el pulso del progreso y la civilización siempre latieron con más fuerza, en repugnantes ámbitos inhabitables llenos de un aire espeso, cargado de carbonilla y envenenado por el metano y el CO2.

Pero más allá del carbón, el uso como fuente de energía abundante y barata de los nuevos combustibles fósiles como el petróleo, mudó radicalmente el destino de la Humanidad y permitió durante el siglo XX un desarrollo sin precedentes, que hace que hasta al más desposeído y desgraciado de los ciudadanos de un país desarrollado disfrute de servicios y comodidades sin cuento, fuentes de información espectaculares y una disponibilidad prácticamente inagotable de calorías, que ya hubiera querido para sí el más acaudalado de los nobles medievales.

El descubrimiento de las capacidades energéticas del petróleo (que hasta ese momento era simplemente heraldo de la ruina y desgracia para el agricultor que tenía la mala suerte de que brotara en sus tierras de cultivo) tuvo muchas consecuencias positivas, entre ellas una que se nos ha olvidado con el tiempo, y es que la sustitución del aceite de ballena por el gas fue la primera vez en la historia en que estos enormes mamíferos consiguieron sobrevivir a la depredación de recursos naturales llevada a cabo con entusiasmo ancestral por esa especie de plaga planetaria que somos los seres humanos. Las ballenas ya había empezado a escasear en la era en que Herman Melville escribió Moby Dick, y era porque estaban siendo utilizadas sistemáticamente como fuente de energía para alumbrar las casas y, sobre todo, los salones de la alta burguesía decimonónica, entonces en fase de plena emergencia.

El problema es que las fuentes de energía producto de la fosilización durante eones de seres vivos enterrados, básicamente en forma de carbón y petróleo, ha liberado tal cantidad de gases de efecto invernadero en nuestra atmósfera que, pese mal que le pese a todos los negacionistas que en el mundo son, el futuro de la Humanidad, y de la civilización tal como la conocemos, ha entrado en una vertiginosa fase de riesgo, debido al calentamiento global, de la que no tenemos la seguridad total de poder escaparnos.

Sorprendentemente, la Humanidad descubrió hace más de medio siglo en la fisión atómica una fuente sustitutiva de energía y que, de haberse generalizado, hubiera liberado la atmósfera del nocivo metano y del CO2. El problema es que la asociación de estos procesos con sus desarrollos militares y el horror que despierta en la imaginación colectiva los escasos y prácticamente irrelevantes accidentes en las centrales nucleares (sobre todo si lo comparamos con el millón largo de muertos que produce cada año una tecnología tan aceptada como la del automóvil), la ha hecho inviable como fuente de energía alternativa de uso masivo. La solución parecen ser las energías renovables, que tendrán sin duda un papel relevante en el futuro, pero seguirán sin suponer un salto tan abrumador y disruptivo para el futuro de nuestra especie como sí lo será sin duda la nueva energía de fusión.

Esta pasada semana, los medios de comunicación se han hecho eco de un desarrollo experimental de los que son responsables un departamento del Instituto Tecnológico de Massachusetts (más conocido como el MIT) y una empresa privada llamada Commonwealth Fusion Systems, que reduce a quince años el horizonte de puesta en comercialización de esta fuente de energía que podríamos llamar definitiva, gracias a una nueva aleación que facilita el confinamiento magnético de las moléculas de hidrógeno en su transformación en helio más un porrón de energía. Y no es la única iniciativa en este sentido, ya que en Francia se encuentra en plena fase de construcción el International Thermonuclar Experimental Reactor, un megaproyecto participado por múltiples países y cuyo objetivo es igualmente probar la viabilidad de esta fuente energética, exactamente la misma que alimenta la combustión casi infinita en términos humanos de las propias estrellas que pueblan el Universo.

Parece increíble que hayamos pasado en un pestañeo, en la escala del tiempo cósmico, de calentarnos el culo con una fogata ocasional a estar a punto de dominar la inagotable fuente de energía del universo. Obviamente no es el culo lo que nos ha hecho progresar, sino la mente humana. Pero no deja de ser sorprendente ver lo opuestos que son y lo cerca que están. Una vez más, nuestro inteligente cerebro salvará a nuestro torpe culo del desastre y la extinción. Es hora de sentarse sobre él y disfrutar del brillante futuro que nos espera.