El pasado jueves presenté un libro en el espléndido salón de actos de la Cámara de Comercio de Murcia.

Hacía mucho años que no pisaba esa santa casa a la que siempre estuve vinculado debido a mi señor padre, que dedicó más de cincuenta años de su larga vida a la secretaría general de la misma.

El mero hecho de pisar el amplio recibidor del que fuera colegio de Las Luisas y a la vista del bello mural Alegoría del Comercio, la Industria y la Navegación murcianas que pintara Mariano Ballester en 1965 para embellecer la sala de juntas de las entonces modestas oficinas de la institución cameral en un piso de la Gran Vía, me hizo recordar otros tiempos, más jóvenes para mí y más fecundos para la Cámara. Todo cambia, y todo permanece. Rostros distintos en un escenario más que centenario. Allí estaba, en el hall de entrada la mole de piedra que tallara para los jardines de la FICA José Hernández Cano, Mujer tumbada, impasible al paso del tiempo, de las modas y de las gentes.

Sin saber el por qué, y mientras Ángel Montiel cantaba mis más excelsas virtudes y defectos, recordé la figura de don Gerónimo Ros Aguirre, antecesor de mi padre en la secretaría general en la corporación mercantil desde 1913 a 1947. Señor de gran porte e inteligencia que durante 34 años prestó extraordinarios servicios, reconocidos en numerosas ocasiones en las actas de sesiones de la corporación. No llegué a conocerlo, pero sí conocí su hermoso y artístico legado como gran hombre que fue, a pesar de su frágil salud.

Si un buen dibujo exige talento y técnica, mucho más se exige cuando el dibujo es una miniatura, en unos tiempos, los años veinte y treinta exentos del apoyo de la tecnología y donde la mano del hombre impone su genialidad. Don Gerónimo Ros, al margen de ser un gran ecónomo, también fue un gran artista del dibujo en miniatura y un excepcional calígrafo. Escenas de la huerta para dar vida y color a una letra capitular; escenas de capa y espada, bodegones en torno a caracteres que se ven enriquecidos por la belleza de minúsculos dibujos en una época donde la caligrafía era todo un signo de distinción y cultura.

No estaría mal que la Cámara de Comercio mostrara en una exposición la belleza de sus actas, realizadas por los que fueron sus amanuenses y muy especialmente las que corresponden a la época de don Gerónimo Ros Aguirre, obras de arte en suma, que hicieron que los príncipes de la Iglesia se fijaran y confiaran a su mano y plumilla, títulos, pergaminos, decretos y bulas iluminados por la destreza de quien fuera secretario de la Cámara murciana.

Regresar es morir un poco, y eso fue lo que me ocurrió el pasado jueves mientras presentaba un nuevo libro.