No puedo ni imaginar el sufrimiento por el que deben estar pasando los padres, la familia y el entorno del niño desaparecido en Almería. Imagino que con que sólo fuera el doble del que tenemos todos los demás, será un sufrir insoportable.

Atentos a las noticias y a los esfuerzos sobre el terreno, siguiendo minuto a minuto las informaciones sobre la búsqueda de Gabriel, millones de personas empujamos con el pensamiento para que de una puta vez este chaval aparezca. Y que lo haga vivo. Tiene que ser así, no puede ser de otra manera. En este momento cualquier pesimismo es derrotista, y aunque yo no creo en absoluto que nuestra mente tenga la funcionalidad de mandar al exterior ningún tipo de onda, sin embargo pienso en este caso que algo positivo podrá traer tanta y tanta energía como seamos capaces de mandar hacia Cabo de Gata con nuestros pensamientos.

Cuando en un suceso de estas características está implicado un niño nuestros sentimientos se exacerban. Es absolutamente lógico y comprensible. Algo estrechamente ligado a nuestra función evolutiva como humanos: criar cachorros que perduren nuestra especie y que manden nuestros genes más allá del infinito. La indefensión y la necesidad de cuidados y de aprendizaje que percibimos en los niños se hace corresponder colectivamente con la dedicación hacia ellos y la emoción con sus sucesos. Individual y socialmente, excepto en el caso de unos cuantos malnacidos, tenderemos a proporcionar a nuestros críos cobijo, cuidados y apoyo, y a sentir como propios, casi a flor de piel, tanto sus alegrías como sus sufrimientos. Y que así sea.

Por eso también la situación de la infancia en el mundo nos resulta tan intolerable. Tanta pobreza infantil, tanta explotación laboral y sexual, tantos niños sin agua, sin escuela, sin acceso a medicinas. Recuerdo el nudo en la garganta que se me puso cuando visitando en Senegal el lugar histórico desde donde se mandaban a América en barco a los esclavos, el guía nos hizo imaginar las lágrimas y los chillidos de un negrito de, por ejemplo, cuatro años en el momento en el que era separado de su madre en el interior de una celda obscura, húmeda y atestada. No pude imaginar más crueldad y sufrimiento.

Gabriel, y todos los gabrieles que andan por nuestro entorno de adultos, son nuestra responsabilidad y nuestro empeño. La búsqueda solidaria e intensiva del chaval, sin reparar en gastos ni escatimar en medios, debe ser una metáfora de lo que debemos de hacer con el conjunto de la infancia maltratada. El tópico de que los niños son nuestro futuro no es ningún tópico, porque lo son. Y la emoción y hasta la chochería que mostramos con los niños, más cuanto más bebés son, no es ni cursi ni blandita, sino adecuada y eminentemente humana.

Y ahora, a lanzar un pensamiento más hacia Cabo de Gata. Que sobrevuele campos y mares y que llegue amplificado por otros miles adonde, de seguro, Gabriel estará esperando ansioso a ser encontrado a salvo.