El cambio climático es, a día de hoy, el mayor problema medioambiental al que nos enfrentamos los seres humanos. El calentamiento global va avanzando y nosotros somos los responsables. El aumento de las temperaturas, los largos episodios de sequía o el devastador efecto de los huracanes, son algunas de las evidencias de que está ocurriendo ahora, a pesar de que algunas voces se empeñen en negarlo. Es una emergencia medioambiental que se deja sentir mucho más en las poblaciones más pobres y vulnerables del planeta. Si tenemos en cuenta que, según la ONU, alrededor del 70% de las personas pobres en el mundo son mujeres, podemos afirmar que el cambio climático también es una cuestión de género.

El hecho de que las mujeres y las niñas sean, a menudo, las responsables de las tareas del hogar, implica que se vean directamente afectadas por los efectos del cambio climático. Por lo general, las mujeres son las responsables de asegurar la supervivencia de las familias, ya que son las encargadas de buscar los recursos necesarios, como el agua, los alimentos y los combustibles. En el África subsahariana el 80% de la producción de alimentos está en manos de las mujeres y en este continente las mujeres pasan unas 40.000 horas del año buscando agua, para lo que recorren distancias cada vez más largas hasta encontrar una fuente que sea potable. Pero estos recursos son cada vez más escasos.

Las mujeres son las encargadas de cuidar a parientes que son especialmente sensibles a problemas de salud derivados del cambio climático, como niños y ancianos. Todo esto supone que dediquen poco o ningún tiempo a su educación, a desarrollar actividades que les generen ingresos o a participar en la toma de decisiones en sus comunidades. Tampoco son las dueñas de las tierras que cultivan, no son las que toman las decisiones sobre los recursos naturales. A pesar de mantener los cultivos, de trabajar la tierra, y de recoger las cosechas, éstas siguen estando en manos del varón.

Junto con sus hijos/as, son las que más sufren las consecuencias del cambio climático. Ellas son las principales afectadas por el hambre ante la escasez de recursos. En los últimos años las migraciones a consecuencia de las sequías provocadas por el calentamiento global, han ido en aumento. La mayoría de estos ´migrantes climáticos´ son mujeres y niños/as: las mujeres representan veinte de los veintiséis millones de refugiados climáticos.

La ampliación de los ciclos de sequía, el aumento de las inundaciones, la virulencia de los huracanes en los últimos años son consecuencias del cambio climático. Estos fenómenos producen efectos devastadores. Ante las situaciones de catástrofe derivadas del cambio climático, las mujeres y sus hijos/as son muy vulnerables: según Naciones Unidas tienen 14 veces más posibilidades de morir ante una situación de desastre natural.

Ante esta evidencia está claro que existe relación entre cambio climático y desigualdad de género.

El modelo socioeconómico de producción es un modelo patriarcal, que se basa en la sobreexplotación de los recursos naturales y en el acceso a estos de modo desigual. Un modelo en el que la mujer no tiene representación a la hora de tomar decisiones que la afectan especialmente. A pesar de que, como vemos, la amenaza es mayor para las mujeres, los planes de sostenibilidad en materia de lucha contra el cambio climático no las contemplan. Y a esto sumamos que, en los organismos internacionales de toma de decisiones ante este problema global, la representación de mujeres es muy escasa.

Es necesario que a las mujeres se nos vea como poderosos agentes de cambio y no únicamente como víctimas. Por eso se nos debe incorporar activamente a la lucha contra el cambio climático. Queremos participar en la toma de decisiones, en los foros internacionales que deciden nuestro futuro. Y queremos hacerlo no como anécdota, sino como participantes de pleno derecho.

Es urgente proponer políticas que contribuyan a la transformación de la sociedad fomentando la igualdad de oportunidades y el desarrollo sostenible. Tenemos que dejar de estar apartadas de los órganos de toma de decisiones tanto a nivel internacional como a nivel local. Debemos estar representadas de manera igualitaria en los consejos de administración de las grandes empresas que son las que, con su actividad, aceleran los efectos del calentamiento global.

Las políticas contra el cambio climático serían más efectivas si fueran de la mano de las políticas de género. Hay que aumentar el control de las mujeres sobre los recursos de la tierra aumentando su representación en órganos de gobierno y en foros de toma de decisiones, tanto a nivel internacional, como a nivel local, en las aldeas y comunidades.

Para luchar contra el cambio climático es necesario abandonar la mirada masculina sobre el planeta, que ha demostrado ser insostenible. Sólo trabajando conjuntamente y sin desigualdad podremos hacer frente a este desafío.