A finales de 2018 se cumplirán veinte años de la muerte de Gloria Fuertes, aquella niña grande.

Sus poemas y ripios llenaron sonoramente la infancia de quienes fuimos niños en los 70 y los 80 y se echan de menos ahora, cuando las maquinitas de juegos del demonio, los teléfonos móviles y los vídeos de Youtube lo inundan todo y nos enclaustran en silencios privados hasta cuando nos sentamos a comer con quienes más queremos.

El aspecto desaliñado y casi grotesco de la escritora, su difícil pasado y su sonrisa forjaron una entrañable caricatura que se tradujo en esa ternura con la que acercó la poesía a los niños de entonces, y también a muchos de sus padres. Es admirable cómo desde la dureza y los sufrimientos de su infancia fue capaz de construir el personaje que conocimos la mayoría, y es que de los malos momentos solo la gente especial sabe extraer siempre algo bueno. Ella misma dijo que si no hubiera vivido la guerra no habría escrito poesía.

A pesar de no haber sido reconocida por la mayoría de sus colegas, hay que reconocerle a la poeta de voz ronca el mérito del que carecen los más sabios: ser popular porque su obra se nutrió de la vida y no de la propia literatura. Nos contaba lo que conocíamos con nuestras propias palabras.

Estoy de acuerdo con Javier Marías cuando dijo que Gloria Fuertes no fue una grandísima poeta a la que debemos tomar muy en serio, pero sí estamos en deuda con ella por haber sido capaz de popularizar un género reducido solo a los más instruidos.

Es raro cómo se cuelan en la memoria sus imágenes, paralelas a los payasos de la tele y otros programas infantiles de entonces y resuenan sus sones desde esa estampa vestida con aquellos chalecos y corbatas tan masculinos. Y es sorprendente indagar en imágenes del pasado para descubrirla tocada con pamela y con un elegante vestido de tirantes en imágenes de su juventud, tan desaliñada como la conocimos nosotros.

Me temo que los dibujos animados extranjeros que levantan pasiones entre los enanos de ahora no podrán hacer sombra a la entrañable poeta de nuestra época en blanco y negro. Taurina y del Atleti, rechazó tanto las etiquetas que amenazó con que «si me encasillan, me escapo». El personaje mediático quizá eclipsó su obra, pero no su coraje.