Un grupo político (no hay por qué decir cuál, que tampoco se trata de señalar con el dedo) ha registrado en las Cortes una proposición de ley para permitir a los menores que elijan su sexo, dejándoles escoger entre masculino, femenino y no binario. ¡Ya estamos con las imposiciones fascistas de la clase opresora! ¿Por qué tenemos que someter a los pequeños a una elección forzada? Supongamos que no quiero optar ni por hombre, ni por mujer, ni por no binario sino por cantidades intermedias y proporcionales.

¿Dónde pone que hay que sufrir la tiranía de los números enteros? Habrá, digo yo, quien quiera ser un 30% hombre, un 50% mujer y un 20% no binario. ¿Le condenaremos de por vida a tener que reprimir sus anhelos innatos? Sin olvidar que a lo mejor alguien opta por los números irracionales (al ser irracionales, no hay que dar razón alguna), y opta por ser masculino dividido por la raíz cuadrada de dos, con el resto a pachas. Seguro que los burócratas totalitarios que nos gobiernan, con tal de imponernos su voluntad, iban a negarse a apuntar todos los decimales.

Hay más. La esperanza abierta por Irena Montera cuando impuso su condición de portavoza queda en nada a causa de que la clase dominante (entre la que, por cierto, se encuentra Irena) se niega a dar el paso adelante que resolvería para siempre los problemas gramaticales ligados al género. ¡Exijo que se termine con esa vergüenza opresora que son las vocales! Hay que ver lo bonito, justo, equilibrado y elegante que habría sido dar los titulares de lo de la portavoza poniendo algo así como «Rn Mtr dc q s prtvz». No sólo se terminarían las polémicas sino que, con un poco de suerte, hasta se acababan los discursos.

Pero, mientras continúen castigándonos con ellos, ¡ojo con el orden de las palabras! ¿A qué viene eso de decir ciudadanos y ciudadanas siempre así, en vez de ir alternando? ¿Y por qué tenemos que aguantar que pongan los últimos a los no binarios? La paz social y el derecho a decidir exigen que no haya en realidad ni primeros ni últimos: en círculo todo el mundo, como las pescadillas aquellas que se mordían la cola.

Con todo, quedaría pendiente el asunto de las banderas. Me niego a la opresión de discutir sólo los colorines y no las formas. ¿A santo de qué tengo que aguantar que me impongan el rectángulo ése que enseñan siempre? ¿Por qué se me prohíbe lucir una bandera circular, elíptica, troncocónica, piramidal o, ya que estamos, en tirabuzón, como las escaleras de caracol? Pura imposición nazi.

Así que ustedes verán, porque, o bien se me hace caso en todas las propuestas de pura legitimidad cuya puesta en marcha exijo, o se va a armar una buena. Me exilio a Tombuctú y vaya problema que van a tener los periodistas y las periodistos para poder seguir las ruedas de prensa que tenga a bien convocar.