El jueves pasado me crucé con concentraciones de pensionistas por todas partes: frente al ayuntamiento de Alicante, en Cartagena. Los informativos mostraban imágenes de decenas de miles de pensionistas en Bilbao y una Puerta del Sol a reventar. Me emociona la combatividad de nuestros mayores, todo un ejemplo de dignidad.

En Murcia también hubo trajín de jubilados por la mañana, aunque lo más vistoso quedó para la tarde. Es lo que tiene el hecho diferencial murciano. Aquí unos miles de pensionistas se concentraron en rogativa para pedir a la Fuensantica unas pensiones dignas. O eso creí entender, a juzgar por la llamativa veteranía de quienes acompañaban a la patrona en el aniversario de su Coronación Canónica. Un notable repiqueteo de campanas les jaleaba desde todas las iglesias. También parece ser que a la altura de la iglesia del Carmen les saludó con efusividad otro grupo de pensionistas para quienes a la preocupación por tan magra subida de pensiones, se une la de verse enjaulados de por vida bajo el ala de un pajarraco hacedor de muros. Lo que no entendí muy bien es qué diantres hacían el alcalde de Murcia y el delegado del Gobierno oficiando de mayordomos del cortejo.

En nuestra Murcia es respetable tradición esto de salir en procesión. Ya conocen las singularidades locales, cualquier razón es buena para pasear imágenes por el centro urbano. Y a lo que parece, hasta junio habrá un continuo trasegar de vírgenes, cristos y santos de una iglesia a otra.

Apunta un amigo, algo confuso por tanto trasiego sagrado, que vuelve con bríos esa Murcia de misa y sacristía de los años 50. Yo, optimista, insisto en que no hay tal; que se trata de entrañables jubilados que ruegan por sus mermadas pensiones. Ocurre que la cosa de manifestarse se ha puesto chunga y algunos sabiamente ven en estas continuas procesiones amparadas por la tradición, una forma de sortear las multas y sinsabores que impone la temible Ley Mordaza, esa que cual espada de Damocles pende sobre cualquier manifestante que no se acoja a sagrado. Aunque empiezo a albergar dudas y temo que un día me resuciten también a la Gandula. Sí, aquella entrañable Ley de Vagos y Maleantes que hacía estragos entre las gentes ociosas de aquel tiempo. Y es que nada me place más que vaguear sin ton ni son por las calles de mi ciudad. Es por eso que, precavido, este sábado aproveché la celebración del 75º aniversario de la Hermandad del Cristo del Rescate para vagar a mis anchas. Y de paso, le pedí al Cristo por el rescate de nuestros derechos sociales.

Sírvanse pues, que hay procesiones y rogativas casi a diario. Y la cosa parece segura en tanto el jefe de las porras, esto es, el delegado del Gobierno, se avenga a presidirlas junto al resto de fuerzas vivas y ballesteros del Concejo.

Parece ser que en el resto de España seguirá habiendo concentraciones de pensionistas todas las semanas. No importa, los murcianos a lo nuestro. Y dado que aquí se cobran las pensiones más magras del país, mayor razón para encomendarnos a cristos y virgencicas.

Es más, como estos meses las habrá para todos los gustos, nada impide sumarse en silencio y afinar los ruegos y el color de la camiseta en función de la temática del día: Virgen del Socorro, de los Desaarados, de la Soledad, Cristo de la Salud, del Rescate. Igual hasta existe uno del Soterramiento.

Y ya si la Fuensantica desatendiera nuestros ruegos, recordemos que siempre podremos cambiar de patrona. Lo hicimos en el pasado cuando la Virgen de la Arreixaca no se avino a traernos lluvia. Yo, si llegara el caso, propondría a los santos Joaquines (al cura y a Contreras) como nuevos patrones de la ciudad. Difícilmente se pararían deshaucios, se elevarían pensiones o se soterrarían las vías; pero al menos se evitaría el protagonismo de estridentes mayordomos en tan santas rogativas.