Opinión

Miguel López Guzmán

37 años

El latín, de cuyo caudal derivan la mayoría de las voces castellanas, es muy pobre en vocablos que designen colores y matices de color. Le ocurre a la denominada lengua muerta lo que al mes de febrero por estas tierras, cuando los colores grises y la suavidad de verdes y ocres, se convierten en inexpresivo telón que agudiza el grito del blanco de los almendros, heraldos de una primavera que ya se intuye.

Una de las potencias del alma, o facultades del cerebro (para los materialistas) más difícil de someter a una regla establecida es la memoria. La cual es a manera de un depósito en que el hombre, conscientemente y tras repetido esfuerzo, y otras sin intervención de su voluntad, trata de almacenar todo aquello que juzga y sorprende. Me ocurre con la abreviatura del 23-F, símil surgido tras el 20-N y que ha derivado en abreviatura de fechas históricas significadas como el 11-S americano, o el 1-O, tan señalado para ciertos catalanes.

Sin rebuscar en el depósito de la memoria, la mera abreviatura 23-F me devuelve a los 29 años, cuando las verdes praderas. Los que gastan 37 abriles, habrán formado familia o no, y con suerte, gozarán de una vida profesional intensa. Conocerán lo que ocurrió en aquel año de 1981 por libros de texto e informativos, sin sentir las convulsas horas vividas a través de la radio y la televisión. Si bien fue la televisión la que nos mostró la entrada del teniente coronel Tejero en el Congreso, fue la radio la que nos mantuvo en vilo toda la noche de aquel día, pese a la aparición de don Juan Carlos en la pequeña pantalla llamando al orden.

El parte emitido por Milans del Bosch nos sumaba a los rebeldes con el correspondiente toque de queda. La Gran Vía murciana aparecía desierta, así como las calles más céntricas, transitadas únicamente por algún despistado ajeno a los noticiarios. Mi señora madre, testigo de los hechos del 18 de julio del 36, se apresuró a enumerar las provisiones de aceite, latas, patatas y legumbres, consciente de lo que se cocía y de la importancia de la intendencia en similares casos.

Se venía hablando, por aquellas fechas, de que había ruido de sables, pero nadie se esperaba una osadía como la que se puso en marcha aquel 23 de febrero de 1981. Los atentados, asesinatos y secuestros de ETA estaban al orden del día. Los militares de entonces veían en el comunismo, separatismo y terrorismo las tres bestias negras que amenazaban a España. De Adolfo Suárez se esperaba que 'fuera más de derechas' y muchos veían a Gutiérrez Mellado como un traidor, izquierdoso y masón, el mismo que advirtió que debían cesar las luchas internas en UCD. El Rey asumió la jefatura de las Fuerzas Armadas, pero estableció que el único poder político fuese civil: el de los secretarios de Estado.

La mañana del 24 de febrero, Murcia era un hervidero de comentarios. La Covachuela de Trapería vio aumentar su parroquia de manera inusitada en busca de noticias. Muchos 'progres' del momento rasuraron sus barbas y melenas, abandonaron sus 'marlboro' tan de moda, para vestir corbata y pulcro peinado con raya. Otros que se habían tirado a los montes cercanos a la Fuensanta provistos de manta y transistor se mostraban somnolientos y agotados tras una mala e inolvidable noche con ruido de sables. Historia vivida a fin cuentas.

Tracking Pixel Contents