¿Qué harías si tuvieras 19 años y una cuenta corriente en la que, de repente, te ingresaran cien mil euros? «Dárselo a mis padres», fue la respuesta de Amaia. Por si alguien en este país aún no se ha enterado, Amaia es la joven ganadora de Operación Triunfo, una chica normal, natural, sencilla, transparente, con un aire de inocencia e ingenuidad, a la vez que directa y atrevida, ni guapa ni fea, que se atranca al hablar y que se transforma en un ángel que hipnotiza a todos cuando canta. Su voz, su música ha conquistado a todos los seguidores de este talent show, pero con lo que más nos ha ganado es con su humildad, con su capacidad de asombro y con su timidez y sonrojo, especialmente, ante el halago, aunque sobre el escenario es toda seguridad y desparpajo.

El éxito de Amaia. Amaia es como nos gustaría ser a todos, una chica normal y eso es lo que la hace tan especial. Me cautivó durante el programa, pero aún más tras ver dos entrevistas que le han hecho tras salir de la televisiva Academia. La joven estrella ni siquiera se da cuenta de que ya ha alcanzado el éxito, al menos tal y como lo entienden algunos, y tiene la suficiente cordura de saber que la situación es tan tremendamente abrumadora que ha de dejarse guiar por quienes más la quieren: sus padres. Sus respuestas son pura sensatez. Tras esa aparente inocencia de niña que nunca ha roto un plato, se descubre una contundente madurez. Y eso no se aprende en una academia, eso se mama en casa, se respira en el ambiente que hay detrás de las puertas de nuestros hogares, se forja en el cariño y el amor de la familia y en el respeto y el ejemplo, en especial, cuando vienen mal dadas. Ese es para mí el éxito de Amaia, tener unos padres que le han enseñado que lo que importa de verdad no es ganar cien mil euros de un plumazo ni que España entera se quede embobada cuando te ve actuar, ni siquiera cantar bien. La triunfita ha tenido la inmensa fortuna de crecer en una familia en la que le han enseñado que lo que importa de verdad es ser uno mismo, espontáneo, natural, pero siempre desde el respeto a los demás. Las dos palabras que más ha pronunciado la joven durante su estancia en OT han sido perdón y gracias, hasta el punto de que ha sido objeto de burla para sus compañeros.

Alguien que me quiere bien me ha reiterado que uno de los valores más importantes en la vida es la naturalidad, algo que parece fácil llevar a la práctica, pero que, en realidad, es bastante complicado. Porque en ocasiones, nuestro afán de protagonismo, nuestras ansias de destacar, nuestro excesivo empeño en resultar agradables a los demás mostrando una actitud forzada, nuestro hablar por decir algo cuando la mejor opción es callarse, nuestro creer que el mundo gira alrededor de nosotros, nuestro ombliguismo, nuestra soberbia y nuestro egoísmo nos hacen ser de todo menos naturales. Y cuando vemos a alguien capaz de ser tan excepcionalmente natural en momentos en los que lo fácil es dejarse llevar por el halago y el aplauso, nos engatusa, nos atrae, nos conquista. Y si además canta de maravilla, aún más.

A Amaia le lloverán ahora las ofertas para convertir su éxito en un negocio y depende de ella y de su familia cómo gestionar este triunfo para seguir siendo esa familia en la que ha crecido la ahora estrella, porque hacer familia es un trabajo de cada día. Y también le lloverán los amigos, unos llegarán con un sentimiento verdadero de amistad, otros por pura admiración y muchos por mero interés u oportunismo. La joven se ve lo suficientemente lista como para detectar cada caso y, como todos nosotros, al final, podrá contar a los amigos de verdad con los dedos de una mano. Porque todos necesitamos amigos, pero qué difícil es tenerlos. Los contamos por decenas o hasta cientos en Facebook, Twitter y otras redes sociales, como si nos enriqueciera que alguien hiciera clic sobre un puño cerrado con el dedo levantado. ¿Cuántos amigos de verdad tengo? ¿De los que van a estar ahí cuando las cosas se tuerzan? Porque de cañas y de fiesta todos somos los mejores amigos del mundo.

La soledad de Marta. Al final, esa madre tan desesperada que recurre a Facebook para hacer un llamamiento en busca de amigos para su hija discapacitada no es un caso tan excepcional. Llamativo sí, por la vía utilizada, pero más común de lo que, seguramente, pensamos. Porque la sociedad que hemos creado para nuestros niños y jóvenes no fomenta precisamente valores como la humildad o la sencillez, ni siquiera el compañerismo o el trabajo y el ocio en equipo, más bien al contrario, el individualismo y la incomunicación interpersonal en la era de la comunicación nos encaminan hacia la misma soledad en la que se encuentra Marta, la chica cuya madre suplica amigos para ella. «Necesita ser como todos. Y no ser especial», esgrime la mujer en Facebook. Entiendo su mensaje, pero dudo mucho que la solución sea que su hija sea como todos. Marta ha de ser ella misma, porque eso es lo que la hace única y especial, no su discapacidad. Y quizá los incapacitados somos quienes no llegamos a ver a Marta, a todas las Martas del mundo, como esa posible amiga que, como nos vende su madre, ofrece «el superamor y cariño incondicional». ¡Qué suerte tienes, Marta! Porque tu éxito, al igual que el de Amaia, es tener una familia que te quiere con locura. Y no todos pueden decir lo mismo.