Naturalmente no me mueve ningún interés por defender a los pederastas, los violadores, los racistas o los homófobos, por poner cuatro ejemplos a mano de vileza moral. Pero si en un futuro surgiese la evidencia de que Shakespeare fue canalla monstruoso, confío en que el sentido común y la inteligencia se impongan para seguir apreciando Macbeth, Hamlet o El Rey Lear. No existe constancia en este mundo de que las conductas de Quevedo o de Cervantes fuesen precisamente ejemplares, ¿habría entonces que dejar por ese motivo de preocuparse de lo que escribieron? Caravaggio fue un abominable espécimen de pendenciero; asesinó a un hombre durante una reyerta, y su representación realista del cuepo de la Virgen hinchado se inspiró, según se dijo, en el cadáver de una prostituta encinta ahogada en el Tíber. ¿Habría que despojar por esa razón a los museos de sus grandes obras? Ben Jonson, un dramaturgo de la época isabelina solo superado por Shakespeare, mató a un actor en un duelo y fue arrestado. Este detalle de su biografía, sin embargo, no ha impedido que el público encuentre placer en sus comedias clásicas, como es el caso de Volpone. Y eso sucede porque Jonson no era sólo el asesino de un colega del teatro, sino un dramaturgo prodigioso.

El pasado imperfecto está en la vida de cientos de artistas sin que por ello hayamos prescindido de disfrutar de su arte. La lista de celebridades con comportamientos execrables resulta inagotable: Sade, Casanova o Gabriele D´Annunzio figuran en ella. ¿Acaso no fue un sujeto reprobable Louis Ferdinand Celine? ¿Tiene menos mérito por ello su novela Viaje al fin de la noche, una de las cumbres literarias del pasado siglo? ¿Hay que renunciar al diario de Pierre Drieu La Rochelle y olvidarse de comprender un momento de la historia reciente de Francia porque La Rochelle fue un fascista que colaboró con los ocupantes nazis? Sólo habría que hacerlo, creo yo, en el caso de que su Diario careciese de interés.

Han sido muchos, probablemente la mayoría, los artistas que a lo largo de la historia han arrastrado una mala reputación. La pregunta, ahora, de si los actores deben dejar de actuar en películas de Woody Allen por la simple sospecha que cerca al cineasta estadounidense sólo puede responderse desde las atribuladas conciencias de esos propios actores. Si es que en Hollywood existe una conciencia. Una respuesta más fácil lo tiene el interrogante de si hay que dejar de disfrutar de la obra cinematográfica de Allen únicamente por una sospechosa denuncia de pederastia de la hija adoptiva de una anterior mujer jamás probada. Si alguien espera que los artistas sean ejemplares por encima incluso de su arte tendría que saber gracias precisamente a ese arte que la falibilidad humana puede ser un ingrediente necesario en la creación.

Los crímenes son un asunto completamente diferente, pero el genio y la patología no son agentes extraños. ¿Qué hacer con las obras de artistas cuya conducta ha sido aborrecible? El artista que crea belleza puede ser realmente feo.

Debido a la propia condición humana la historia resulta un embrollo, pero a medida que la sociedad evoluciona y se hace más igualitaria crece una nueva rigidez de pensamiento que engendra un clima de persecución y de intolerancia inquisitorial. Lo estamos viendo.