ues no, no les voy a hablar de los excesos verbales del concejal Roque Ortiz, porque hay asuntos que me producen tanta tristeza que prefiero obviarlos, entre otras cosas porque ya se está hablando mucho de ello, con toda la razón del mundo, e intuyo que se continuará si los que tienen que hacerlo no toman las decisiones adecuadas.

Hoy prefiero destacar que ha tenido que ser una mujer, y extranjera, la que le diga a Puigdemont a la cara aquello que todos pensamos sobre su megalomanía, y nadie, al parecer, se atrevió a decírselo antes. Ha tenido que ser en Copenhague, esa ciudad tan fielmente reflejada en Borgen. Una serie cuya trama gira en torno al mundo de la política y los medios de comunicación y que siempre he aconsejado ver a todos los que crean que el mundo puede ser dirigido con más sentido común del que muchos atesoran. Desde luego con muchísimo más seny del que muestra, un día si y otro también, el ínclito Puigdemont, a quien, al parecer, no le importa hacer el ridículo allá por donde va, en nombre de sus ensoñaciones.

Y ha sido allí, en la bella capital danesa, donde la profesora de la Universidad de Copenhague Marlene Wind le ha cantado 'las verdades del barquero' al expresident catalán haciéndole algunas preguntas que, por la cara de desconciersto del susodicho, nadie le había hecho hasta entonces. Preguntas sencillas, directas, pero al parecer no fáciles de digerir para el exmolt honorable, que ponía cara de incomprensión ante cosas como «¿Democracia es sólo hacer referendos y encuestas de opinión o también respetar la legalidad y la Constitución?», o «¿De dónde viene esta urgencia por la independencia? A mi entender, Cataluña es la región más rica de España. ¿Son solo unos malcriados que están intentando librarse de los pobres?». Y por si fuera poco con estas reflexiones, en un momento de su intervención, la profesora le espetó: «¿Está intentando hacer una limpieza étnica y crear un Estado limpio?».

Bien, pues ante estas cuestiones, Puigdemont, el hombre que mantiene en vilo a este país porque las consecuencias de su desvarío ya se están reflejando en la economía de catalanes y no catalanes, decía cosas tan simplonas como: «Queremos ser un Estado multicultural, pero si tratas de hablar catalán en el Parlamento español no puedes. En cambio, en Cataluña no pasa nada por estudiar en español». Así, sin que se le moviera un músculo de la cara. Pero lo mejor de su intervención, o lo más delirante, fue cuando dijo que 'la sombra de Franco' anida en las instituciones españoles, e intentó comparar el funcionamiento de dichas instituciones con lo que está ocurriendo en Polonia y Hungría donde su sistema democrático deja mucho que desear.

Por suerte, no todo el mundo compra su mensaje victimista aunque lo intente extender por todos los lugares en los que puede porque, si en Bélgica solo le atienden los ultraderechistas flamencos (todos los flamencos no son ultraderechistas, pero el partido que le ayuda allí, sí), en Copenhague ha tenido que pasar por la humillación de que no le reciba ningún político de altura y hasta ha tenido que soportar que la profesora Wind declarara que «nosotros ni siquiera le hemos invitado. Él se invitó solo y la universidad aceptó porque es un espacio libre donde se permite el debate», para afirmar que «las ideas que defiende Puigdemont en la Europa del siglo XXI me dan mucho miedo». Y a nosotros también. Algo que no parece afectar a nuestro ministro de Exteriores, que no usa de su influencia (nos tememos que no la tiene) para evitar este periplo viajero de Puigdemont (continúo preguntándonos a cuenta de qué cuenta), porque pertenecemos a la UE y no puede ser que cualquier dirigente regional con ínfulas de Napoleón pueda estar yendo y viniendo montando el circo.

Gobernar no es dejar en manos de la Justicia las cuestiones de Estado.