No sé qué pasa estos días pero es abrir las redes sociales y encontrarme con un montón de gente vociferando sobre lo malas que son las redes sociales y lo mucho que la gente vocifera en ellas. Parecen copiapegas pero no. Bueno, un poco sí. «El nivel de ruido que estamos alcanzando» sale mucho. «Sois una horda que insulta sin distinguir. Todos vosotros», también. «Necesito un descanso porque no os aguanto más», también. Muchas veces. Desde la misma cuenta. Las pobres víctimas. Deben de sufrir síndrome de Estocolmo, porque irse, lo que se dice irse, no se van.

También está como muy de moda despotricar contra las masas iletradas de internet desde espacios paradójicos como las ediciones digitales de los diarios nacionales. Voces punteras. Señores capaces de dedicarle mil quinientas palabras a analizar cómo las feministas de la campaña #MeToo están acabando con las relaciones hombre-mujer aprovechando internet (feminismo + internet, la bicha doble). Plumíferos con el oximorónico superpoder de acusar a internet (así en general) de amenazar la libertad de expresión y pedir censura dura para meterla en vereda.

Casualmente al mismo tiempo que el Gobierno prepara un anteproyecto de ley para acabar con el anonimato digital y se multiplican las sentencias contra internautas por un chiste, un tuit, una salida de tono, una ironía.

La posibilidad de que Twitter se cabree contigo es muy inquietante en algunos sectores, y casi entiendo que salir así, a lo vivo, en plan Rafael Hernando pidiendo deneís a todo el que quiera opinar en redes sociales queda como carca. Casi entiendo que uno prefiera agarrar la bandera de la libertad de expresión para cargar contra la plebe inculta, y adoptar un tono como de profe de los de antes, como de saberte la lista de falacias lógicas. Pero ya me chirría un poco que en tus diatribas incurras todo el rato en la reductio ad absurdum, por no hablar de la secundum quid.

Pero ¿sabéis lo que me chirría más de todo? Cuando sale este o aquel a hablar de libertad de expresión versus feministas linchadoras y hordas tuiteras y bla bla blá y les preguntas por Cassandra Vera, o por La Insurgencia, o por César Strawberry. Y se hace el silencio. Y pasa un arbusto rodante de camino al Lejano Oeste. Y con él, la credibilidad del caballero.