La economía de mercado es la base del capitalismo y se funda en la idea de la libertad en las transacciones económicas. Ello puede llamar a confusión sobre una hipotética relación directa entre la libertad individual y la de mercado, cuando son en realidad dos cosas distintas y diría que contrapuestas. El capitalismo propende, como su nombre indica, a la capitalización de los medios de producción en unos pocos propietarios, teniendo como consecuencia directa la acumulación de la riqueza en manos de una minoría, mientras que el resto de la población, en líneas generales, se depauperiza y con ello reduce su propia libertad.

Como quiera que el capitalismo es una estructura socio-económica, es inseparable de la estructura política de las democracias llamadas liberales, de forma que entre ciertos sectores críticos se habla de sistema, como si fuera el globo que es necesario pinchar para hacerlo estallar. Aunque de momento, sólo estallan las burbujas económicas, que no son otra cosa más que la propulsión del sistema que, al agotar un ciclo, cual pistón de un motor de explosión, expulsa los gases tóxicos. ¡Perdón!, quería decir, la herrumbre de la estructura económica: los arribistas o nuevos ricos que crecen al suflé de la burbuja, pero que son expulsados del sistema y vuelta a su humilde condición de clase media por mor de la crisis.

Obviamente, estas afirmaciones pueden ser puestas en debate, pues es consustancial al sistema su propia evolución según una vieja teoría, no precisamente de cuño marxista, que se llama dialéctica histórica. Como comprobación de tales teorías, podemos corroborar cómo el libre mercado cuenta hoy con un factor moderador de la capitalización privada que es el intervencionismo estatal de la economía, con un peso macroeconómico notable. En la estructura social, la estabilidad del sistema viene por la potente clase media en las sociedades de consumo europeas y americana, actualmente en fase de depauperización, lo que desestabilizará el sistema a medio plazo.

El capitalismo es, pues, el resultado de una evolución histórica que viene desde antiguo. No en vano, la clase de antiguos ricos ha pasado por el patriciado romano, la nobleza medieval y la floreciente burguesía moderna, simbolizados en el oro de Tolosa, la orden de la Jarretera y el diamante La Estrella de África o el Rockefeller Center. Por lo tanto, ha tomado herramientas propias de tiempos antiguos, una de las cuales es la propaganda, tanto en su versión de productora de falacias como en la más vulgar y ramplona de la publicidad. Pongamos ejemplos, que será más instructivo:

Cuando César desfiló en triunfo, sus propios soldados propagaron por toda Roma la fama de conquistador de su general: poneos a resguardo, aquí llega el marido de todas las mujeres y la mujer de todos los hombres. Ante semejante chanza, no quedaba más remedio que tenerlo siempre a la vista de todos y ¡qué mejor que en las más altas magistraturas! pues siempre andaría rodeado de los líctores. Eso es propaganda.

Pero el sistema capitalista ha hecho evolucionar la propaganda para servicio de sus propios fines en la sociedad de consumo y especialmente dirigida a la clase media, cada vez más adocenada y babieca. Para ejemplos, basta con encender la televisión o la radio y escuchar cualquier anuncio de unos grandes almacenes y el anuncio de unos zapatos que te van a hacer caminar solo.

Pero el sistema se retroalimenta y la clase política ya no hace propaganda, sino simple y falaz publicidad. Escucho a la señora ministro de Sanidad salir a la palestra para propagar a los cuatro vientos que somos el país con mayor número de trasplantes y, si no fuera por los órganos chorreantes de sangre, se diría que es propaganda de cara a las próximas elecciones, que hasta la sangre de los órganos me parece de un color azul gaviota. No queda ahí la cosa: el presidente de nuestra querida Comunidad presume de haber suprimido el impuesto de sucesiones. ¡Él sólo y de un plumazo! Vean lo mendaz de la publicidad: el impuesto no se ha suprimido, porque el Gobierno regional no tiene competencias para hacer tal cosa. Es la Asamblea Regional la que puede aprobar una bonificación o reducción de la base imponible del impuesto. Otro anuncio: que va a reducir el IRPF, pero también habrá de ser la Asamblea y sólo en lo que afecta al tramo autonómico. Teniendo en cuenta el déficit presupuestario y la deuda pública de la Comunidad Autónoma, dejémoslo en anuncio publicitario. La última falacia es la de decir que no consentirá en su Gobierno ni en su partido nadie que se haya llevado un solo euro, pero que antes que decidirlo él, lo tendrá que decir alguien que sea más objetivo, un juez, por ejemplo.

Claro que tanto la propaganda como la publicidad van dirigidas a ciertos sectores sociales. En los anuncios de la tele, uno se siente como la casta más humilde de la India, que no eran los intocables, sino los invisibles, aquellos que se ocupaban de las tareas más miserables. Pues bien, no verás anuncios dirigidos a la generación que ronda los cincuenta y los sesenta. Ya no existimos. Ni somos jóvenes con enorme proyección social, ni abuelitos que cortamos el fuet a nuestros nietos o preparamos la fabada con un bote de conservas. Somos la generación invisible. Tanto que ni siquiera el INEM encuentra trabajo para nosotros si tenemos la desventura de perder el que ahora nos alimenta. Las opciones que nos quedan son bien pocas: para la publicidad, tener presente que nadie da duros a cuatro pesetas y, respecto a la propaganda, no haya cuita, ya llegarán las elecciones.