Doce años. Primero de la ESO. Se reunió con sus amigos para hacer botellón. El lugar era perfecto para la fiesta: un descampado, un cerro de muy difícil acceso y sin ninguna iluminación. La movida era barata, los chavales pusieron ocho euros por cabeza para la fiesta. Como no podían comprar alcohol, le dieron el dinero a un chaval mayor de edad que se embolsó cinco euros por ir al súper a comprar botellas. En un momento de la fiesta la cría se enfadó con sus amigos y se metió entre pecho y espalda una botella de ron para superar el cabreo. Fue tanto lo que bebió que se desmayó. Al principio sus amigos se burlaban de ella: «Mira, tío, qué floja, va a echar las papas». Cuando la cosa se puso fea, y puesto que ella no reaccionaba, temerosos de lo que pudiera ocurrir, la metieron en un carro de supermercado y la llevaron al centro de salud. Tardaron en llegar una media hora. En ese momento pidieron ayuda. Llegó con parada cardiorrespiratoria y fue trasladada en UVI móvil al Hospital 12 de Octubre€ donde murió pocas horas después.

Sus padres, a los que la policía había alertado en dos ocasiones por el exceso de alcohol que había ingerido la cría meses antes, lloraron su pérdida. Su pueblo decretó un día de luto oficial y su instituto hizo un minuto de silencio.

Cinco euros, eso costó su vida. Otras noticias de menores iban llegando y alarmando a los mayores: peleas organizadas, grabadas y difundidas, protagonizadas por chavales de catorce años, más comas etílicos en otras partes del país€

Mientras tanto, un colectivo de padres y madres iniciaban una huelga pidiendo que los profesores no pusieran deberes a sus hijos durante el fin de semana, los partidos políticos seguían sin ponerse de acuerdo con la enésima Ley de Educación, la Administración seguía haciendo malabarismos con la enseñanza; unos y otros quitaban y ponían diciendo que la escuela no puede educar en valores, que debe ser la familia.

Un día, el país entero hablaba de la cobra que dos famosos habían protagonizado en televisión y los amores y desamores de los ricos que se paseaban impúdicamente en las pantallas como si nos fuera la vida en esos romances adolescentes. En el parlamento, algunos políticos cobraban por insultar y hacer de la mala educación una gracia. Y mientras todo esto ocurre, nadie dice nada€ nadie se atreve a decir que entre unos y otros hemos desprovisto de cualquier armazón ético a nuestros chavales. Los padres no hacen de padres y hacen de amigos, los profesores se ven obligados a hacer de padres, los policías tienen que hacer de profesores€ y así se va fabricando una generación desprovista de referentes éticos porque nadie se pone de acuerdo en nada y porque la exigencia se ha convertido en sinónimo de algo pretérito.

Una amiga profesora me decía: «Pide una tutoría y las familias presentarán dificultades para poder acudir y concordar la cita; quítales el móvil a sus hijos y al cabo de una hora los tendrás allí para pedirlo». En eso les podemos convertir, en pequeños déspotas caprichosos a los que hay que domeñar dándoles cosas y no exigiéndoles nada. Mientras tanto, los mayores iremos poniendo pegas a la defensa de valores humanos por el pudor cobarde de respetar la libertad de los chavales; les daremos cosas, pero no les daremos tiempo; les daremos caprichos, pero no les regalaremos exigencia; les reiremos las gracias, pero no les pararemos los pies; les entretendremos, pero no nos atreveremos a quererlos.

Murió de un coma etílico, víctima, como tantos adolescentes, del alcohol que —por nuestra cobardía— está dejando a nuestros chavales tirados en la vida, tirados por cinco euros, tirados y agonizantes en carros de supermercado.

Íñigo, amigo:Tanto tú como tu familia habéis estado muy presentes en mi mente y en mi corazón mientras escribía estas reflexiones. Estoy a vuestro lado. Un abrazo para todos y que Dios nos ayude en esta época tan dura. También para mí.