El que haya machos y hembras no es algo inevitable en la naturaleza. De hecho, la reproducción sexual no es precisamente la forma predominante de reproducción si tenemos en cuenta el amplio mundo del reino vegetal. Incluso hay algunas especies animales que a veces son hembras que se vuelven machos para reproducirse, volviendo posteriormente a su beatífico estado anterior. Y viceversa. Pasa sobre todo entre los peces.

Realmente sorprende que en la especie humana los machos hayan ocupado un papel tan dominante durante la mayor parte de nuestra existencia. Probablemente haya sido por la importancia que tenía la fuerza física, para lo que parece más dotado el género masculino, en un mundo donde la forma de enriquecerse era sobre todo tomar por las bravas los recursos y las riquezas de tu vecino. También dicen los antropólogos que en las sociedades donde los matrimonios se arreglan entre padres mediante el pago de una dote a la novia, las guerras entre vecinos para apropiarse de sus hembras son una forma low cost de arreglarse una pareja de conveniencia. De hecho, los niveles de violencia en este tipo de sociedades superan ampliamente a aquellas donde la dote es simbólica o de escasa cuantía.

Aunque parezca alucinante, toda esta historia de la especie humana dio un brusco giro cuando, debido a las guerras mundiales tan seguidas, las mujeres se abrieron hueco en el mercado de trabajo y comenzaron a cumplir un papel básico en la cadena de generación de riqueza. Como las desgracias no vienen solas, a ello se añadió inmediatamente en los años sesenta la liberación del peaje de la maternidad recurrente para nuestras hembras gracias a la invención de la píldora anticonceptiva. Como además el capitalismo hace siempre de la necesidad virtud, en poco tiempo se consiguió que lo que antes era un lujo (dos sueldos en una casa) se convirtiera en una necesidad perentoria para la mera subsistencia de la unidad familiar. Así que machos y hembras se han ido equiparando en importancia productiva en una sociedad en la que, por lo demás, cada vez nacen menos niños como subproducto inesperado de la liberación del yugo de la maternidad no planificada.

Eso no significa que lo macho haya desaparecido en sí como categoría, pero cada vez más es más un atributo conveniente para el rito sexual, que un auténtico rol social diferenciador. De hecho, la estética y la sensualidad del macho es algo que atrae especialmente a la sensibilidad del homosexual, probablemente más capacitado que la propias hembras para sucumbir a sus encantos. Así al menos lo cuenta el poeta cubano Reynaldo Arenas, homosexual dotado y promiscuo donde los haya habido, cuando manifiesta en su estupenda autobiografía Antes de que anochezca que a él, como a todo auténtico homosexual, no le gustan para nada los mariquitas, sino los hombres hechos y derechos, a los que él gustaba seducir con sus encantos femeninos.

Del imperio de los machos, y en un mundo cada vez más dominado por el sexo fuerte en el sentido que cuenta, el intelectual, que obviamente es el femenino, nos vamos quedando cada vez más con los residuos del paletismo imperante, en este caso en la forma del machismo residual. Ningún verdadero macho, a estas alturas, es realmente machista. Entre otras cosas porque, a mínimo que tenga alguna hija o un cierto nivel social, casi seguro que las hembras que te rodean manifestaron ampliamente y hace tiempo su evidente superioridad.

El machismo está prácticamente desaparecido en combate, y la mejor demostración es que, como dijo el presentador de los Golden Globes esta semana, aquí basta mencionar el nombre de un actor o un productor para que todo el mundo se eche cuerpo a tierra ante el inminente peligro de linchamiento por parte de un corifeo de mujeres supremacistas que campan por sus respectos al hashtag de #meToo y #timesUp.

Y lo que no tiene nada que ver con todo este relato de la evolución natural de nuestra especie, y del cambio de guardia hacia el aplastante dominio de las hembras, es lo de los depredadores sexuales, de los que siempre quedará un rastro genético que será muy difícil de erradicar. Aunque no creo que pase mucho tiempo sin que empecemos a ver cómo las cifras de asaltos y asesinatos de hombres, como el caso de la chica argentina de apellido Galarza, que se cepilló a su novio de un par de tiros después de propinarle con una amigas alguna que otra paliza bien documentada, equilibre la balanza de machos y hembras víctimas de la violencia de género.

Afortunadamente para los que disfrutamos de la novela negra y del espléndido género de los thriller cinematográficos, o más aún del humor negro de los hermanos Cohen, todavía veremos muchas historias terribles de patéticos depredadores en