Si cuando estalló la llamada crisis de las personas refugiadas en Europa en 2015, los medios de comunicación destacaban las noticias sobre esta cuestión, dos años después los refugiados casi han desaparecido de estos mismos medios. Y, sin embargo el problema está muy lejos de haberse resuelto, antes al contrario, permanece y ofrece nuevas perspectivas a partir de las decisiones de la UE y de los Estados que la componen.

Para Acnur, Alto Comisionado de Naciones Unidas para los Refugiados, la situación en Grecia es ahora mismo estable, sobre todo en el continente. La emergencia humanitaria son los Rohingya de Mianmar. Masacrados por el ejército del país que no les reconoce, unos 600.000 han huido hacia Bangladesh, donde no hay infraestructuras para acogerlos.

Pero los refugiados siguen en las puertas de Europa, y en este texto repasamos su situación en Grecia en los últimos días de 2017.

Desde agosto de ese mismo año el Gobierno griego tiene toda la responsabilidad sobre los 60.000 refugiados que siguen en su país. La ayuda de la UE, que se prestaba directamente a las ongs, es recibida ahora por el Gobierno, que la distribuye entre ellas.

Mientras que la situación en el continente se estabiliza, según Boris Chershirkov, representante de Acnur, en las islas griegas, especialmente en Moira, Lesbos, los problemas no cesan. Moira es un emplazamiento tradicionalmente conflictivo y de escasos recursos, pensado para 2000 refugiados, que soporta más del doble de su capacidad, lo que genera violencia, riñas y desabastecimiento. El invierno no hace sino complicar más la situación de las personas que viven allí, entre ellos trescientos menores no acompañados que están expuestos a situaciones de violencia, abuso sexual y violaciones.

Desde marzo de 2016, tras el vergonzoso acuerdo UE-Turquía, ha disminuido el número de refugiados que pasa por las islas griegas, pues muchos de ellos son retenidos en Turquía. Quienes llegan a Grecia tienen que quedarse hasta que el departamento de asilo del Gobierno decida su suerte en base a tres circunstancias: vulnerabilidad (mujeres embarazadas, madres lactantes, problemas mentales o físicos, ancianos y niños, supervivientes de tortura, naufragio, tráfico de personas o abuso sexual); aquellos que pueden ser reunificados, es decir, viajar al país europeo donde ya reside un familiar directo; y quienes no pueden ser devueltos a Turquía por alguna razón.

Del total de 3.300 menores no acompañados que en diciembre de 2017 se contabilizaban en Grecia, siempre cifras aproximadas, unos 1.800 no están registrados, ya que estos adolescentes temen registrarse en la Policía para solicitar asilo y que éste les sea denegado y acaben detenidos en cárceles o deportados a sus países de origen. De modo que prefieren no registrarse en espera de una oportunidad para continuar de forma ilegal su viaje, poniéndose en manos de las mafias. Mientras tanto, constituyen un grupo de alto riesgo que necesita medidas especiales para no caer en el menudeo del tráfico o en el consumo de drogas; algunos, en el llamado sexo de supervivencia. Cien nuevos menores no acompañados llegan cada mes a Grecia en tránsito hacia el norte de Europa, la tierra deseada. El problema es, pues, acuciante. El Gobierno ha abierto campos y pisos que pone a disposición de las familias más vulnerables. Pero todos los recursos son insuficientes dada la magnitud del problema.

Para cubrir las necesidades de residencia y ayuda de estas personas refugiadas, grupos anarquistas y de la izquierda griega tomaron en Atenas nueve edificios públicos abandonados. Hospitales, escuelas y hoteles fueron rehabilitados comunitariamente y convertidos en lo que llaman Squats. Seis de ellos se encuentran en el barrio anarquista de Exarchia. En estos alojamientos los voluntarios europeos y los refugiados, en un régimen de autogestión, y con la ayuda de las ongs que financian los proyectos, dan alojamiento y comida a miles de familias, en su mayoría sirias, pero también pakistaníes, afganas o iraníes. Los Squats son un ejemplo de solidaridad espontánea y antiburocrática. Uno de sus mayores atractivos para los refugiados es que no exigen el registro a sus usuarios, lo que les garantiza que nadie podrá expulsarlos de ellos en caso de que su solicitud de asilo sea denegada. Algunos de estos Squats ofrecen clases de inglés, alemán o griego, sesiones de gimnasia, cine, asesoramiento legal y sobre los recursos que pueden mejorar la vida de los refugiados que acogen.

Grupos de jóvenes voluntarios de varias nacionalidades, entre los que predominan los españoles, en su mayoría mujeres, donan su tiempo ofreciendo lo que saben hacer para cubrir el vacío que deja la ayuda oficial.

Para que tengamos una idea del trabajo que realizan, vamos a detenernos en una de estas asociaciones. Se trata de Khora.

www.facebook.com/KhoraAthens/, es un ejemplo de autogestión. Un sitio para estar seguro, afirma Noam Harris, voluntario de 32 años que nos hace de cicerone. Creada en el comienzo de la crisis, la asociación se organiza horizontalmente. El edificio que mantiene abierto en Atenas no ha sido ocupado sino alquilado, y su financiación es completamente independiente. Su complejo funcionamiento requiere la participación activa de 150 voluntarios, entre refugiados y jóvenes europeos. Ofrece asesoramiento legal a través de una asociación que tiene sus despachos en el mismo edificio, lo que facilita el acceso de los refugiados a la ayuda. También ofrece de quinientas a ochocientas comidas diarias: un plato único que cocinan chefs voluntarios llegados de todo el mundo, sencillo pero sabroso.

Khora está pensado como un centro de día que cierra a las siete de la tarde. Quienes lo utilizan duermen en Squats, en la calle o en los pisos facilitados por el Gobierno. La actividad en el centro es intensa. En sus cinco plantas se distribuyen los talleres, las clases de idiomas, el espacio para los niños, un taller de carpintería donde hacen sus propios muebles, espacios exclusivos para las mujeres. La ong Hestia Hellas, https://hestiahellas.org, ofrece apoyo psicosocial.

Es un lugar alegre, en el que todo refugiado tiene derecho a entrar sin que se le pregunte su procedencia, los voluntarios de Khora ponen en práctica el derecho de asilo que garantizaba la Carta de los Derechos Fundamentales de la Unión Europea, y que el indigno acuerdo UE-Turquía, firmado en marzo de 2016, abandonó. Desde entonces, Europa ha externalizado sus fronteras poniendo cancerberos en Turquía y Libia. El escandaloso vídeo de la CNN sobre la venta de refugiados en este último país ha tenido una tímida respuesta de la UE: de los miles de detenidos allí, estas navidades se han rescatado y trasladado a Italia apenas unos 169. Una vergüenza que debería sonrojar a nuestros líderes.