Mi ciudad, Cartagena, lleva años sorprendiéndome. Esta Navidad he paseado en varias ocasiones por el centro y el ambiente que se vive en sus calles es el de una gran urbe, y no tiene mucho que envidiar al de una gran ciudad europea. Quizá me pueda la pasión y es probable que peque de falta de objetividad, pero mi argumento cobra peso cuando me visita alguien del otro lado del Puerto de la Cadena y sentencia: «Cartagena está preciosa y llena de vida». Fue su respuesta ante mi observación de que el progreso y la transformación de la ciudad de Murcia había sido mucho mayor que en Cartagena. «¿En qué?», me preguntó. Recurrí a eso de que nuestros vecinos disfrutan de más parques urbanos, a lo que me replicó que apenas cuentan con dos. «Los mismos de siempre. Eso y unos centros comerciales», subrayó. Seguidamente, se deshizo en elogios hacia el cambio experimentado en Cartagena, que hace veinte años parecía una ciudad muerta y abandonada y, ahora, «está preciosa», insistió. A mí se me hinchaba el pecho de orgullo patrio al escucharle.

Los números también respaldan la tesis de la gran transformación de nuestra ciudad. El Teatro Romano de Cartagena ha cerrado el año 2017 con un nuevo récord, más de 220.000 visitantes, lo que supone un incremento del 8% y, además, se consolida como el museo más visitado de la Región. Lo mejor es que parece que no ha tocado techo y que la progresión de visitas seguirá, si se hacen las cosas bien.

Nuestro Teatro Romano simboliza el estandarte de la transformación de nuestra ciudad. Primero, porque es el buque insignia de la apuesta por recuperar y exhibir un patrimonio histórico de primera categoría, que teníamos enterrado bajo el suelo y sepultado por años de desidia, desinterés y una desastrosa visión de futuro. Pero también porque la construcción del moderno museo que hay que recorrer antes de desembocar en el gran monumento de Augusto es un ejemplo de que el rescate del pasado va acompañado de una imagen adaptada a los tiempos que se ha llevado a cabo y se sigue desarrollando con brillantez.

Quizá me siga dejando llevar por la pasión o quizá me haya empujado a presumir de mi tierra el reportaje fotográfico del suplemento ´El viajero´ del diario El País que, hace unos días, incluyó una espectacular imagen de nuestro Teatro Romano con vistas a la dársena de Cartagena y que titularon: «Diez ciudades para enamorarse del Mediterráneo». La nuestra y Melilla eran las dos únicas españolas.

Así que sí. ¡Adiós, Pilar! En realidad, esta despedida ni siquiera es mía, sino de un amigo que me la envió por Whatsapp precedida de un enlace a la noticia en la que Ciudadanos exigía el cese de la senadora Barreiro por ser investigada en el caso Púnica, si el PP quiere el apoyo de la formación naranja a los Presupuestos de 2018. El breve mensaje era su forma de decir que la amenaza del partido de Rivera y, ahora también de Arrimadas, es lo que supondrá la condena política de nuestra exalcaldesa. Probablemente tenga razón, pero es triste pensar que no han sido los procesos judiciales en los que se ha visto envuelta los que la forzarán a marcharse o a ser expulsada del partido, como ya le ha ocurrido a otros populares, sino la advertencia de una formación a la que le está funcionando, y de qué manera, lo de hacer leña de los árboles caídos.

La declaración el próximo día 15 ante el juez que la ha citado por supuestos delitos de fraude, malversación de caudales públicos, cohecho, prevaricación continuada y revelación de información reservada, en el marco de la trama Púnica, será clave en el futuro político de Barreiro, que tiene más que difícil mantenerse en la Cámara Alta. Así que sí. ¡Adiós, Pilar! ¡Adiós y gracias! Porque ahora es sencillo lanzarte a los leones de la presión política y mediática, ahora está chupao subrayar que si eras arisca, altiva y prepotente, ahora hay a quienes les falta tiempo para alzar el dedo acusador para señalar hacia la bandeja en la que les sirven tu cabeza.

Y no. No hago de abogado del diablo, pero tampoco de justiciero aprovechado e implacable. Además, Pilar Barreiro sabe defenderse bastante bien ella sola. Lo único que considero de recibo es reconocer que la espectacular transformación que disfrutamos en Cartagena y por la que tanto sacamos pecho se debe a ese plan de ciudad que algunos de nuestros paisanos elaboraron hace un par de décadas. Señalar a Barreiro como máxima responsable del gran cambio quizá sea exagerado, pero negar que fue una gran valedora y, sobre todo, quien encaminó a la ciudad por esa senda con paso firme y decidido también lo es. Ahora bien, el éxito y el acierto no dan carta blanca para acomodarse y hacer lo que uno quiera, más bien obligan a mantener o redoblar el esfuerzo para seguir creciendo, para seguir triunfando. Si Barreiro la ha hecho, que la pague. Pero dejemos que sean los jueces quienes lo determinen.

Mientras tanto paseemos por esas calles peatonales, por las que no hace tanto circulaban los coches y los camiones, con la satisfacción de que cada vez son más los que nos miran con asombro y con el propósito de que nunca más volveremos a enterrar ni a pisotear nuestro pasado, nuestra historia.