Ocurre que las crónicas periodísticas de las corridas de toros siempre han sabido tener un halo literario y un palabrero especializado que permite crear una lectura lineal, suave, apacible en ciertos sentidos pero intensa a veces. Resulta tan alegórica esa concatenación de imágenes que nacen del texto pero que no se llegan a concretarse visualmente, por lo complejo de los términos usados, que a veces se me olvida de que están matando animales.

Hace pocos días unos potenciales médicos me comentaban que no entendían cómo se sentaba a la recién creada Mesa de la Tauromaquia de la Región de Murcia el Colegio Oficial de Médicos. Un despropósito, según ellos, que atinaban a razonar por la presencia de un cirujano en las plazas de toros por si la cosa se tuerce. Por mi parte, ya he tirado la toalla con el Colegio Oficial de Periodistas, también integrante de la Mesa, al aceptar ya que se han enrocado en defender una cultura anacrónica, que tendrá su fin más pronto que tarde, antes que a los propios periodistas.

Entenderán también, particularmente estas instituciones, que van perdiendo el brío que en otra época tuvieron (imagino) y que ahora se ahorran ganarse el beneplácito y la confianza de nuevas generaciones de jóvenes profesionales que van llegando al sector poco a poco en favor de este ´arte´ y sus tradiciones.

Y es que, y cuento con que no se podrá generalizar, cada vez más veo crecer un rechazo entre la población joven hacia la tauromaquia, un rechazo que obvian las instituciones públicas y que quieren darle la vuelta con ayudas económicas como las que recibió la Escuela de Tauromaquia, de 50.000 euros, recientemente para «fomentar la fiesta de los toros y la afición por un espectáculo cargado de valores tradicionales, históricos y culturales con el fin de preservarla y transmitirla a generaciones futuras».

En los términos más realistas en los que uno puede hablar, da miedo ver cómo se fomenta el asesinato de animales. Ni más, ni menos.