¡No os queremos en Cataluña! ¡Fuera de aquí, fachas! Estas y otras lindezas me dedicaron algunos transeúntes por las calles de Barcelona en los días que estuve poniendo mi granito de arena y echando una mano a nuestros compañeros de Ciutadans en su campaña electoral para tratar de convertir a Inés Arrimadas en la primera presidenta constitucionalista en la historia de la democracia catalana. Aunque fueron más las personas que se acercaron tímidas a darnos su cariño, su apoyo y su mejores deseos.

En las elecciones del 21D no sólo se jugaba la composición de un nuevo gobierno en Cataluña, sino que también era el campo de batalla donde se expresaba la pugna entre dos mareas ideológicas que sobrevuelan Europa, el liberalismo progresista por un lado, y el nacionalismo populista y excluyente por otro. Con tantas cosas en juego, no dudé en dedicar los cinco días previos a la votación a explicar el proyecto de Ciudadanos en La Rambla de Barcelona, en la Plaza de la Universidad y Gala Placídia, en vigilar a pie de urna como apoderado en el barrio de Sant Andreu.

Cinco días en los que pude tasar y valorar el ambiente político y la temperatura social de una tierra hermosa y admirable, cinco días de conversaciones con los taxistas, de charlas urbanas improvisadas, de escuchar desde el anonimato la conversación de la mesa de al lado en un restaurante, cinco días para tomar consciencia de que da igual lo que te cuenten los medios de comunicación, hay que pisar esta tierra para entender de verdad qué está ocurriendo.

Así conocí la tristeza de muchos inmigrantes que llegaron a Cataluña en busca de un futuro mejor, y que ya apenas reconocen la comunidad tolerante y abierta que los acogió hace unos años, así pude escuchar el miedo de muchos empresarios que están pensando en hacer las maletas y desarrollar su negocio en otro lugar, palpé la nostalgia que se sentía por el respeto y el equilibrio, siempre difícil aunque tolerable, que existía hace sólo unos pocos años.

Recuerdo cómo uno de los taxistas que me llevó al hotel, un hombre joven de unos 34 años, me confesaba con un nudo en la garganta que ni siquiera el terrible atentado yihadista en Barcelona y Cambrils había generado una reacción de unidad y solidaridad, sino que estaba olvidado y absorbido por el resentimiento excluyente del nacionalismo. Un excandidato a la alcaldía de Ciudadanos y uno de los afectados por el atentado de ETA en Hipercor me relató el oscuro viacrucis político que vivió y la persecución a la que se vio sometido por las fuerzas nacionalistas en su demarcación hasta que finalmente tuvo que abandonar el proyecto. O tres hombres conversando a mi lado en el restaurante del hotel, uno de ellos claramente independentista, uno sumido en un silencio prudente, y otro con una voz contundente, clara, y llevando la conversación: «No habéis sabido parar€ hemos quedado por tontos. No entiendo tanta torpeza y tanta necedad, como podéis seguir con esto sabiendo lo que está pasando con las empresas»€ El nacionalista le responde: «Esto hay que conseguirlo, hay que cumplir las leyes». «Pero de qué leyes me hablas, leyes que nacen muertas y sin el amparo de nada ni de nadie», le responde el señor de la voz clara y contundente y yo rompo a aplaudir, por dentro, sin querer descubrir mi indiscreta curiosidad.

Me llevo muchas cosas de esta experiencia en Cataluña, me llevo esa tristeza agridulce cuando recuerdo a las personas que se acercaron sonriendo a mí el 21D destapándose un poco la chaqueta para enseñarme que debajo tenían una bandera de España, como si nuestro símbolo fuera una cosa ilegal que debe permanecer oculta, me llevo también las ganas del cambio, la resistencia constitucionalista frente al supremacismo autoritario y nacionalista, me llevo la victoria de Inés Arrimadas y el mensaje que hemos transmitido al mundo. Y me llevo también una oscura conclusión: nada de lo que pasa allí nos es ajeno, el nacionalismo es un populismo identitario que excluye, marca líneas y se inventa definiciones y eso también existe en Cartagena. Aquí también estamos experimentando el daño que puede hacer un partido político populista que se ha autoproclamado como el único que es cartagenerista, que asegura que sólo ellos abanderan y defienden los intereses de Cartagena, que los demás somos esclavos de no sé qué poderes centralistas, y que si no haces y dices lo que ellos hacen y dicen no eres un verdadero cartagenero; ellos siguen las directrices de los nacionalistas, y prefieren buscar la confrontación y la división con los vecinos de toda la Comunidad Autónoma que buscar puntos de encuentro y trabajar por un mejor reparto de la financiación, ellos también usan una bandera, que era el símbolo de todos y la usan políticamente apropiándose de nuestro pasado para sus fines políticos.

Aquí, en Cartagena, el populismo excluyente también existe, pero les aseguro que Ciudadanos ha nacido para combatirlo, que desmontará su demagogia con argumentos, y que le hará frente con un proyecto ambicioso para Cartagena. Tiempo al tiempo.