En estos días convulsos en los que las celebraciones y los deseos de cambio se unen a decepciones y preocupaciones, asistimos, en actitud atónita, a un interesante movimiento pendular entre tradicionalismo e innovación. Entre aspiraciones de cambio e inmovilismo, transformaciones y permanencia, avances y retrocesos, en movimientos pendulares en la meca del consumismo, la publicidad, parecería que cobran protagonismo las figuras maternas. Serán probablemente señoras de aspecto matronil, sin cintura ni sex appeal, las que se visibilicen en las pantallas en estas fiestas como por arte de magia. Convertidas en protagonistas de anuncios con elevada carga emotiva en los que pasan de ser destinatarias del mensaje publicitario a personaje principal. Ellas, las madres añosas, siempre ensalzadas por el marketing y denostadas por el mercado del trabajo y las políticas sociales, resurgen en esta temporada en la que las personas nos volvemos más buenas y magnánimas, comercialmente hablando. La nostálgica fascinación por la gran madre mediterránea, de pechos abundantes y corazón desbordante es sin duda un plus a la hora de vendernos productos e ilusiones. En nuestro imaginario colectivo el hogar, la familia, refugio y amparo frente a los peligros de nuestra sociedad líquida, evocan mitos arcaicos revestidos de cierto aire de postmodernidad y un toquecillo de glamour. Resurgen el afecto, el amor filial y, como en las parábolas, triunfan los buenos sentimientos. Mientras españolas y españoles se reúnen alrededor de una mesa, el espejismo de la igualdad de género asoma a nuestras pantallas, patrocinado por una multinacional de cuyo nombre no queremos acordarnos.

Así como en la semántica del anuncio el producto desarrolla una función redentora irrumpiendo en la escena para garantizar el final feliz, en este anuncio se revela el importantísimo papel de las madres en las tradicionales cenas navideñas. Aparece un grupo de animados comensales, con camareros de guantes blancos y se anuncia un menú distópico a base de platos fríos, desangelados y medio vacíos. Frente a la perspectiva de una cena decepcionante, anunciada con glamour y cierta pretensión, se contrapone la explicación de tan singular menú. Una voz en off, masculina y tranquilizadora, explica el misterio. Lo que han saboreado los jóvenes en el anuncio es la cena que degustan las madres, abnegadas heroínas de los fogones. La cámara enfoca el rostro surcado de arrugas de unas madres y registra su testimonio reconfortante encaminado a tranquilizar a quienes contemplamos la escena sabiendo que el mansplaining sigue gozando de todo su poder de persuasión.

Pase lo que pase, aunque ellos se levanten de la mesa para contribuir a las labores domésticas, nos quedamos con la certeza que serán ellos los que nos explicarán cómo hacer las cosas, que nos desvelarán los mecanismos de poder, que seguirán detentando un poder simbólico del que no parecen dispuestos a abdicar bajo ningún concepto.

Mientras se anuncian cambios, mientras revistas y suplementos influyentes, anuncian que el 2018 será el año del feminismo, lo cierto es que uno de los grandes retos a los que nos enfrentamos a nivel planetario es el de la auténtica igualdad de género lejos de la imagen manipulada, cada vez más comercial, de la igualdad efectiva entre mujeres y hombres. La monetización de los sentimientos ancestrales se une a las ansias de cambio y las madres, en su vertiente más tradicional, venden, de esto no hay duda. Mientras haya fiestas, mientras haya anuncios, mientras sigamos siendo consumidores, el tradicional dominio masculino no se verá afectado. Ellos seguirán teniendo la voz cantante, aquella voz en off tan varonil, tan reconfortante a la hora de anunciar que, como en la Sicilia borbónica, todo tiene que cambiar para que todo siga igual. Es el triunfo del gatopardismo. El autor de tan conocida novela no vivió para conocer la fama de su obra, ni asistir a la creación de tan útil neologismo. Era una época en la que se anunciaban grandes cambios con la creación de un estado unitario.

Ojalá la historia de Italia nos sirva como espejo que nos permita ver la necesidad de cambiarlo todo para que el esperpéntico anuncio de Navidad no sirva de pretexto para que todo en sustancia siga igual.