Como las listas de «lo mejor del año literario» me dan mucha cansera, porque hay muchas (prácticamente una por lector, o al menos una por escritor, donde sale su novela y las de nueve de sus colegas), la papeleta la cubro enterándome, al menos, de la palabra del año que selecciona el Diccionario Oxford. Algo es algo. Y bué. Menudos genios, los oxonienses. Peña puntera. Si aquí nos la pasamos montando change.org´s para que la RAE vaya incluyendo cosas, como, no sé, fistro, o heteropatriarcado, a los ingleses (que por cierto no tienen academia de la lengua ni falta que les hace) échales tú un galgo. En 2014, la palabra fue vapear. En 2015 ni siquiera era una palabra, sino el emoticono ese de llorar de risa que usas cuando sonríes levemente en el mundo real. En 2016, la favorita de mi alcalde: posverdad. ¿Y este año que acaba? Pues fake news, lo que podríamos traducir como ´trolas de internet´. No me digáis que no es sospechosa, la lista de hits: humo que no es humo, palabras que no son palabras, verdad que no es verdad y, ya para rematar y por si no lo pillábamos, noticias fake. Mentiras, vamos. Que vivimos rodeaos. Vale, vale, Oxford, ya lo tenemos, el concepto. Sit.

Yo no niego la importancia del vapeo, los emoticonos, la posverdad y las trolas de interné que trae consigo la contemporaneidad, pero puestos a elegir prefiero escribir sobre los muy reales puros que se fuma, las panzás a reír que se pega a nuestra costa, la preverdad que sale de su boca y las trolas que publica en el BOE y otros medios afines nuestro presidente. Cómo te diría: es todo mucho menos vaporoso que esas agrias advertencias contra las hordas iletradas de internet que suelen aparecer últimamente por todas partes. Está la prensa en papel con ese tema que parece toda escrita por el mismo abuelo cebolleta. ¿Que en Cataluña votan indepe? Pues la culpa es de que usan demasiados emoticonos y los bots rusos les meten ingredientes secretos, como posverdad y fake news, en las pipas de vapear. Bueno, y los chavistas. Lo guai de esto es que te ahorras un periodista, y los titulares te quedan tan impactantes que suben los clics. ¿Quién no haría clic en un titular con la KGB, Puigdemont y Maduro tramando algo a pachas? Mi palabra del año es bots rusos. Un bestseller de John Grisham en dos palabras, ¿alguien da más? Donde la veas escrita no hay periodismo, pero sí muchas otras cosas, muy parecidas precisamente a las que denuncia. Emoción. Clics fáciles. Posverdad, claro. Fake news. Emoticonos sustituyendo cualquier análisis. Y vaps de la risa, también, puede.

Cuando quienes no piensan como nosotros no son personas con identidad, razonamiento, ideología y creencias sino bots rusos, quienes nos volvemos un poco robóticos somos nosotros mismos. La tarea de escuchar, comprender, dialogar y establecer acuerdos, que es en lo que yo creía que consistía el trabajo de la política, se ve sustituida por la de enarbolar martillos contra los herejes. La de analizar críticamente e informar de forma objetiva, que yo creía que definía el papel de la prensa en las sociedades libres, se convierte en el de ser ese martillo. A ver si para el año que viene nos inventamos una palabra chachi y rompedora que venga a significar «trato de favor de que disfrutan las entidades financieras accionistas de grandes grupos mediáticos». No sé, compiyoguing o algo así. ¿Valdría?