Para la justicia que tenemos hoy en día, la verdad es que prefiero la justicia del viejo Oeste. En el viejo Oeste uno sabía quién era el bueno y quién era el malo, y al malo, en cuanto se le cogía, se le colgaba de un patíbulo o se le llenaba de plomo. Y asunto acabado. En el antiguo Oeste, por ejemplo, si alguien entraba en tu pequeño rancho con la intención de robarte un ternero o un caballo, podías coger tu viejo Winchester y sacarlo de allí a balazos. Hoy en día, en cambio, con las leyes que tenemos, si alguien entra en tu casa con la intención de robarte y tú le das una paliza o lo hieres, el que va a la cárcel eres tú. En el antiguo Oeste, por ejemplo, la justicia no dependía de la mayor o menor destreza del abogado, ni siquiera del dinero del demandado o del demandante, sino de lo que era y lo que no era justo.

Hoy en día, en cambio, las posibilidades de acceder a una justicia justa (parece mentira que al lado de la palabra justicia haya que poner la palabra justa); como digo, para acceder a una justicia justa tienes que pedir un préstamo y tener la suerte de que te toque un juez con sentido común, algo que cada vez es menos frecuente en el mundo de la judicatura. La situación de la justicia en nuestro país ha llegado a tal punto que incluso en ocasiones los demandantes han coincidido con los demandados en la misma sala de espera del juzgado: personas que han tenido que estar al lado de los ladrones que habían entrado en sus casas y les habían dado una paliza o mujeres frente a la persona que las había violado, algo absolutamente demencial y tercermundista. Pero aún con todo, eso no es lo peor; lo peor es que si te toca un juez de esos con la mirilla torcida y una neurona rebotando en su cerebro, los delincuentes quedarán libres y el que tendrá que pagar con dinero o con días de cárcel serás tú.

El problema en nuestro país con la deficiente justicia que tenemos ha traspasado lo meramente judicial y se ha trasladado a la propia sociedad. No es cierto, por ejemplo, como se dice, que no exista una sensibilidad social hacia el maltrato de la mujer. Eso es algo absolutamente falso. Las personas que presencian el ataque de un hombre a su pareja y no actúan no es porque no estén sensibilizados. Muchos de nosotros desearíamos intervenir para defender a esa mujer y partirles las piernas si hiciese falta al maltratador. El problema es que si lo hacemos, los que vamos al trullo seremos nosotros. Y al salir del trullo, el maltratador nos estará esperando para darnos cuatro puñaladas, mientras el Estado no hará absolutamente nada por defendernos. Lo mismo sucede cuando vemos a un grupo de personas quemando un contenedor, o aparcando en zona de minusválidos, o tirando una botella de cristal al suelo, etc. No les decimos nada porque los que tenemos todas las de perder somos nosotros. Y es que cuando la justicia no funciona y cuando el Estado no defiende a los justos, lo único que podemos hacer los ciudadanos es mirar hacia otro lado. Incluso muchos miembros de los Cuerpos y Fuerzas de Seguridad del Estado se quejan pública y privadamente de que cuando detienen a un delincuente y lo dejan en el juzgado están en la calle mucho antes de que a ellos mismos les dé tiempo a regresar al coche patrulla. Y no estoy exagerando.

En fin, que aunque pueda parecer una locura, hoy en día la justicia se ha convertido en un peligro para los ciudadanos, en algo a lo que tenerle miedo, como al hombre del saco. Pero solo para aquellos ciudadanos que pagamos impuestos y cumplimos con las normas, porque los Rato, los Pujol, los carteristas del Metro de Madrid, los mafiosos de todas las partes del planeta, los vecinos que no pagan la comunidad, los que conducen sin carnet, los que hacen botellón en un parque infantil, los que ponen la música a todo volumen, esos, todos esos, en nuestro país, viven como si estuviesen de vacaciones en el mismísimo paraíso.