Pues ni una cosa ni la otra, ya que, según cuentan, fue el Cristo de Lepanto quien se desarmó. Y lejos de montarse, se desmontó, se hizo pedazos.

Circula por mentideros culturales, religiosos e incluso políticos, un rumor acerca del bello cristo renacentista de marfil, probablemente italiano, que en el siglo XVI don Juan de Austria donó a la ciudad de Cartagena a su victorioso regreso de la batalla de Lepanto. Sí, el mismo que durante siglos se veneró en la iglesia de Santa María, la que conocemos por Catedral Vieja.

Esto de los rumores tiene su aquel, máxime si se presentan envueltos en ese halo divino, perfumado de incieso, propio del espacio que nos ocupa: el palacio episcopal de Murcia.

Paso a menudo cerca de tan singular lugar y a fin de satisfacer mi malsana curiosidad, me aposté una tarde junto a la puerta de los Apóstoles de la catedral. Y bajo esa fantástica arquivolta de los ángeles músicos, el que porta el laúd me susurró un jugoso madrigal. Y esto creí entender.

Acudieron este verano al palacio episcopal responsables de la exposición Signum. La gloria del Renacimiento del Reino de Murcia. Les acompañaban encargados de la empresa contratada a fin de portear el magnífico cristo de marfil a Caravaca. Los recibió el secretario del obispo. El cristo se custodiaba junto a otras joyas de arte sacro en una escondida sala del palacio a la que se accedía tras mover un resorte de una antigua librería. ¿Imaginan tan sugerente escenario? Digno de la mejor novela gótica. Por razones que no me es dado entender, el secretario de su ilustrísima se adentró solo en tan mágico espacio y decidió portar él mismo la valiosa pieza a los técnicos de la empresa responsable del manejo de obras de arte. Pero con tan mala fortuna que el Cristo de Lepanto se le escurrió de las manos y acabó destrozado en el suelo. Barrunto que el cristo, tras las penurias de Lepano y los varios trasiegos entre Cartagena y Murcia, no vio claro eso de abandonar el solaz de palacio. Y menos aún, el peregrinar a Caravaca Jubilar en mitad de esos calores estivales para ser exhibido ante miles de peregrinos en la iglesia de los jesuitas.

De otra parte, estos días me llega parte del tocho de complejas tablas de los presupuestos que el Gobierno regional entrega a los grupos parlamentarios a fin de ser estudiados con presteza y aprobados en unos días. Me conmueve siempre la confianza que el Gobierno murciano deposita en la laboriosidad y capacidad intelectual de los grupos de la oposición. Y a fin de no desairar tal confianza, el grupo de Podemos hace cada año el titánico esfuerzo de estudiar tan complejo material con minucia y celeridad. Y hete aquí, que a vueltas con el magro presupuesto cultural, se aprecian importantes recortes en el epígrafe de museos y en el de archivos, junto a un interesantísimo aumento del 65% (medio millón más) del dedicado al centro de restauración. Al hilo de tal incremento, alguien me recordó el incidente del Cristo de Lepanto. Descarté de inmediato el menor atisbo de relación entre ambos asuntos, pues el titular de la obra de arte es la diócesis de Cartagena y fue un funcionario de la misma el desafortunado responsable del incidente. Por tanto, su restauración, al igual que no la asumió el seguro de la empresa de transporte, tampoco puede asumirla el erario público regional. Otra cosa sería que mediase algún contrato de cesión de titularidad. O que, como he leído en alguna web, el titular real fuese el pueblo o el ayuntamiento de Cartagena.

Y es que a veces estos de Podemos resultan un tanto tiquismiquis.

¿Quién, salvo ellos, se prestaría a insinuar que un Gobierno regional del PP, que tan sobradas muestras ha dado de probidad y rigor en la gestión del dinero de todos, se prestaría a detraer fondos públicos a fin de restaurar un bien privado? Y ya si se trata de bien privado y religioso a un tiempo, el asunto resulta a todas luces inverosímil. Y es que a todos nos consta el impecable trato, exento de favoritismo alguno, que nuestro Gobierno dispensa a todo tipo de entidades relacionadas con la fe, sean fundaciones, universidades privadas, colegios concertados, museos de cofradías o la propia diócesis.

En realidad, lo que me desasosiega es que el cristo lo monten mis paisanos al otro lado del puerto de la Cadena; y que le ahorren así al centro de restauración un montaje más profesional. Pues hasta a mí, que flojeo en temas de fe y poco peco de exaltado cartagenerismo, me molesta que una joya donada a mi ciudad por el hermano de Felipe II no se hallase desde hace muchos años accesible a los fieles en alguna iglesia de Cartagena.