Elvira Lindo publicó ayer un artículo, muy recomendable, en defensa de las señoras mayores y su aportación a la cultura, ya que, según ella, éstas han sido quienes han evitado el cierre de los teatros y las salas de cine en tiempos de crisis y quienes siguen llenándolo ahora, cuando dicen que ya estamos saliendo a flote. También explicaba que la edad les confiere seguridad y perspectiva y les hace olvidarse de las vergüenzas. Hambre de cultura y pérdida de la vergüenza. Mucho tenemos que aprender de ellas, que son las pocas que se dejan emocionar de verdad en la sala y no lo esconden. Porque, ¿quién no ha visto a su compañero de butaca frotarse la cara con la manga de la camisa fingiendo un ataque de alergia? Reconozco que voy al cine menos de lo que me gustaría, pero, donde se ponga una buena pantalla, el olor a rancio mal disimulado de la sala y el tipo de la fila de delante comiendo palomitas como si no hubiera un mañana, que se quite Netflix y todo lo demás. Puede parecer contradictorio, pero el cine une, a veces, y eso es así. Hasta que no nos despojemos de las vergüenzas, como hacen las señoras mayores, seguiremos acallando carcajadas y escondiendo la lagrimilla, y nos perderemos esa otra parte de ir al cine, la de compartir con desconocidos que tenemos tan olvidada y que ellas sí saben disfrutar, porque se dejaron las vergüenzas y las apariencias en la puerta al comprar su entrada.