La gente, por hacerse la ilusión de que no envejece, envejece al año. A diciembre se le suele dibujar con aires de viejo, por el mero hecho de ser el duodécimo mes y por ello se le cuelga el sambenito de la vejez y la guadaña. Los viejos, apegados a la vida, amarran fechas y se leen hasta lo último acaecido a lo largo de 365 días para soltar la batallita con visos de efeméride al año siguiente. El mes de diciembre es varias cosas. Es no tocarnos la Lotería, en primer lugar. Es la nieve, la blanca precipitación bucólica que sirve de telón de fondo a las fechas del almanaque, aunque aquí veamos, con mucha suerte, la nieve y la lluvia de uvas a peras. Diciembre es probar el turrón aunque no nos guste, y en otros tiempos, un mes propicio para el ejercicio de la caridad.

Al mes recién inaugurado, cada vez más corto gracias al largo puente que ofrecen la festividad de la Inmaculada y el aniversario de la Constitución, perdió, desde hace algunos años su referente de Navidad o Pascua para convertirse en 'Christmas', otra horterada propiciada por los anglicismos como el Black Friday y el Pink Friday. Pueden que sean los años vividos los que hacen aferrarse a las tradiciones, me gusta la Navidad, me gusta la Pascua que nos trae diciembre.

Fue don Pepín Fernández, fundador de Galerías Preciados, el que cambió el rumbo de las entrañables fiestas que llegan al introducir en España el marketing renovador, rompiendo esquemas y tradiciones que se iniciaron con su eslogan: «practique la elegancia social del regalo». Así, que al llegar diciembre con su champagne y sus uvas, y pese a la paga extra, los bolsillos se ponen a temblar, afectados de una plaga de la no que saldrán hasta bien cumplido febrero.

Nos hemos vuelto influenciables, todo nos cala, desde el Haloween hasta el árbol navideño, si es que se puede llamar árbol a una cucaña con luces que es lo que nos ofrece este año el Ayuntamiento murciano con solemne inauguración. Atrás quedó el entrañable belén, el que unía a las familias por estas fechas, cuando se sacaban de una vieja caja y desde un altillo olvidado, las figuritas de siempre: el Niño, la Virgen, el paciente San José, el buey, la mula, los pastores, Herodes, los Reyes Magos. Daba igual que a la mula le faltara una oreja o que los pastores formaran una legión de tullidos sin piernas o brazos consecuencia de las diabluras de los pequeños de la casa. La bandera nacional, la de España y no otra, abrazaba aquella mesa del recibidor o del comedor amparando nuestras tradiciones en los días más entrañables del año.

Frente al Black Friday: la Recova. Pavos, gallinas, capones, conejos, huevos, bellotas, nueces y castañas en el mercado de unas navidades, que por antiguas se hacen inolvidables. Todo es voluble, incluso nosotros mismos. Qué esperar, cuando se ningunean tradiciones ancestrales como los museos y se suprimen ferias del libro: nada.

Precios desorbitados, sueldos y pensiones de miseria para unas navidades importadas, para unas costumbres y tradiciones marchitas por efecto del esnobismo más caduco.

Como cada año, mientras Dios quiera, volveré sacar de la vieja caja metálica de galletas Cuétara a aquel Niño con la cabeza pegada con Pegamín, a un San José manco, a un rey Baltasar sin montura y a un ángel sin alas, tratando de rememorar aquellas Nochebuenas que se fueron. Me daré una vuelta por la recova, si es que existe, aunque sea para respirar el último halo de unas navidades que ya nunca volverán.