Los ingenuos vienen a por papeles y nosotros les damos pasaporte. A la cárcel y billete de vuelta. Problema solucionado ante la amenaza de las personas que, tras atravesar el Mediterráneo en balsas, buscan refugio en nuestras ciudades. Un ataque coordinado contra Occidente en palabras de la autoridad. Huyen de la persecución y de la guerra en sus países y aquí les recibimos con el lenguaje militar que se utiliza contra el enemigo. No quiera que alguna vez los españoles se tengan que ver en la tesitura de pedir refugio en la vieja Europa, unas partes más carcas que otras; pero, en general, una vergüenza en la aplicación de sus políticas migratorias. El mundo rico cierra la frontera a África salvo cuando es preciso expoliar su territorio en busca de materia prima o como mercado de armas. En vez de acogerles e integrarles en una Europa que pide a gritos un mayor crecimiento demográfico, sale lo peor de nosotros mismos a través de movimientos populistas que alientan la xenofobia para ganar elecciones. Lo que ellos ven en los inmigrantes que vienen a nado es un caladero de votos, que crecerá a la par que el volumen de su rechazo.

Menos de 18.000 personas, sí, personas, llegaron a las costas españolas durante 2017, lejos de las 120.000 de Italia o de las 23.000 de Grecia. Pues bien, ya no los enviamos a los terribles CIES (Centros de Internamientos de Extranjeros), con ejemplos tan tétricos como el de Murcia, sino que los enviamos directamente a la cárcel. Una innovación del Gobierno central en Murcia. ¡Qué política de acogimiento, refugio o, incluso, qué CIE! Directamente a la chirona de Archidona. Superándonos. ¿Qué pase el siguiente, qué se va a enterar, desafiar de esta forma nuestro plácido mundo? Organizaciones tan revolucionarias como Cáritas han lanzado el grito en el cielo para que a nuestros gobernantes se les caiga la cara de vergüenza por tratar como delincuentes a familias que huyen de los conflictos y del hambre. A nuestros semejantes.