"Niño, ven aquí que te ponga Vick VapoRub, que has pillado un torzón", me decía mi madre, en los años felices, cuando me escuchaba estornudar. E inmediatamente me aplicaba en el pecho una especie de crema pastosa de un olor medicinal intensísimo que se soportaba peor que el propio resfriado que venía a sanar. Así que para evitar ese pringue uno procuraba, en los días de frío, no salir a la calle a cuerpo, ya que irremediablemente se te pegaba el torzón.

Desconozco si se sigue elaborando el Vick VapoRub y si en el barrio de Lorca donde nació Fernando López Miras se le sigue llamando torzón al resfriado, como se le llamaba en mi zona, pero imagino al presidente durante estos días, después de su visita a Rajoy, empringado con ese mejunje y bien abrigado para que los continuos atchís de los que se proveyó en la Moncloa no lo desvíen del cumplimiento de su agenda.

El paseíto por los jardines de Moncloa, custodiados ambos presidentes por el otoño dorado instalado en la arboleda, quedó muy molón en la reproducción fotográfica que Rajoy subió a su twitter, tal es así que parecía un fotograma de Paseando a Miss Daisy o una ensoñación del proustiano camino de Swann. Pero, por Dios: quedaba claro a primera vista que los protagonistas del retrato iban desconjuntados. Rajoy aparecía enfundado en un entallado abrigo tres cuartos mientras López Miras apenas podía protegerse con el recurso de abotonarse el ojal central de su chaqueta. Desde Murcia, de donde el invierno huye con más espanto que Puigdemont de la Justicia, es difícil imaginar los efectos del helor madrileño a campo abierto, pero cuentan los que lo sufrieron in situ que el murciano terminó la visita con el cuerpo acartonado. Da que pensar que cuando Rajoy se prestó a salir del edificio central para acompañar a López Miras hasta la sala de prensa se le presentara al punto, sin llamarla, una joven asistenta para ofrecerle el abrigo y, sin embargo, no tuviera tal deferencia con el visitante, quien salió a la calle expuesto a pillar un resfriado de libro. Al menos debiera haberse equipado con un tapabocas, que es como en Lorca se denomina a las bufandas, pero el término no habría sido adecuado si de lo que pretendía presumir después de la visita es precisamente de no haberse callado el listón de reivindicaciones.

En resumen, que el presidente murciano pasó frío en su primera visita a Moncloa. No es por ser agoreros, pero podríamos advertirle de que más frío va a pasar, y no precisamente del atmosférico, sino del metafórico, que en política es el peor. Esto, claro, si no espabila.

UNA DEMANDA INNECESARIA. Para empezar, fue un encuentro tardío, excusada la demora en que el Gobierno no ha tenido durante semanas más ojos que para Cataluña, lo cual es un pretexto de los que se aceptan o no se aceptan. Vale, aceptamos barco como animal de compañía, pero esperar más allá de los cien días a recibir a una nuevo presidente autonómico es una descortesía insoportable. No al presidente; a la Región que preside. Con Cataluña enloquecida o en calma, da lo mismo. A ver si va a resultar que Rajoy es de esos presidentes que, como Gerald Ford, no saben andar y masticar chicle al mismo tiempo.

Y si vamos al contenido de la entrevista, tampoco era para tanto hacerla esperar. Lo más resaltable es la novedad de que López Miras pidió a Rajoy que el Estado se garantice la gestión del agua en la reforma constitucional que pudiera venir para evitar que cada Comunidad la administre a sus anchas. Es algo que parece muy trascendente si no fuera porque esto es ya así: el agua es competencia estatal, como ha ratificado recientemente el Tribunal Constitucional, que ahora parece recuperar algún prestigio. Otra cosa es que el Estado, dirigido por el Gobierno del PP, haga a veces caso omiso a esa obligación. No hace tantos años, la propia secretaria general de ese partido, Cospedal, quiso birlar el Tajo con una reforma del Estatuto de Castilla-La Mancha totalmente contradictoria con la letra y espíritu constitucionales. Sería tan sencillo como que se aplicaran a sí mismos lo que predican para otros: el cumplimiento de la Constitución. Más que plantear la reforma de ésta a efectos de la política hidrológica, lo que el presidente murciano debiera haber exigido a Rajoy es que éste haga cumplir la Carta Magna tal y como es ahora.

Aparte, cabe observar una cierta inoportunidad en esa demanda de reforma constitucional de López Miras, justo a renglón seguido de que Rajoy le haya dado largas en la comisión parlamentaria creada para estudiar esa posibilidad, y esto a pesar de que forma parte de su compromiso con el PSOE para que éste abriera la mano a la aplicación del 155 en Cataluña. La reforma constitucional se llevará a cabo, pero el PP intentará que se produzca a largo plazo, y el reparo para acometerla de inmediato será el típico «no es el momento», y el momento en que podría ser nunca llega. Y es que no se trata solo de urdir un acuerdo para el encaje de Cataluña en el Estado. En el debate de la reforma se van a colar asuntos verdaderamente exigibles para el actual sistema como la liquidación de la ley sálica implícita en la Constitución acerca de la sucesión en la monarquía, y por esta rendija se va a colar la siempre contenida polémica sobre la forma de Estado y las demandas republicanas. Felipe VI ha tenido la suerte de que de su matrimonio no haya nacido algún varón tras la venida al mundo de su primogénita, pues de otra manera ese debate se habría adelantado y probablemente habría resultado difícil para la monarquía.

En fin, que hablar de reforma constitucional, aunque sea para introducir matices acerca de derechos que ya están formalmente garantizados, es una actitud temeraria si se plantea desde Murcia y por un presidente recién llegado que todavía no ha pasado por las urnas. Una quimera, en definitiva.

Lo relevante es que este retorno a la cuestión agua como asunto prioritario de la agenda regional, si bien está basado en las circunstancias del momento y por el temor de que esa bandera la enarbolen otros competidores electorales directos, pone en evidencia antes que nada que la gestión de veinte años con ese sonsonete ha resultado infructífera. En boca del PP, las apelaciones a la política hidrológica aparecen ya gastadas y revelan impotencia a pesar de haber tenido todo el poder (cuando digo todo, digo todo) en sus manos durante tantos años. El capítulo agua en la voz del PP, digo, suena a castaña falluta, y de esto se han percatado los distintos representantes del sector. Estirar lo relativo al agua como cuestión central es un volver a empezar y un quiero y no puedo mientras otras áreas de interés para otros ámbitos sociales aparecen aplazadas o descuidadas. La voz del PP se ha ahogado en el agua, y esto ya no tiene remedio. No es creíble ni siquiera cuando se trata de aportar soluciones de urgencia. Acabar tirando del sinclinal no es precisamente un recurso imaginativo.

OCHO DIPUTADOS MURCIANOS. La suerte para el PP murciano y para el propio López Miras es que, sobre el papel, ese partido no está ya en disposición de dejar ningún cabo a su suerte. La Región de Murcia aporta diez diputados al Congreso, que no son pocos si miramos los que concursan en cada una de las otras circunscripciones. Hace unos años, cuando el PP obtenía ocho de los diez en un periquete, en ese partido pensaban que Murcia se valía por sí sola a efectos electorales, a pesar de las promesas incumplidas, lo exigüo de las inversiones estatales, la penosa financiación y los niveles de corrupción. Pero esta máquina ya ha dejado de funcionar con la excelencia que requiere la nueva situación política de fragmentación electoral y las consecuencias del desgaste después de que la crisis económica acabara desvelando tanto las incapacidades políticas como los aprovechamientos personales a cuenta de la extraordinaria confianza pública depositada en esas siglas.

Ahora es el PP el que pierde agua por todos lados, y Murcia, sus ocho añorados diputados, le son imprescindibles en el contexto nacional. Esa es la verdadera clave del asunto. La palanca que puede hacer volver la mirada del Gobierno central hacia esta Región y favorecer, de paso, la posición política de López Miras. Es la cuestión que subyace bajo el recitado de los temarios reivindicativos. Ahí reside la esperanza del presidente murciano de que le den abrigo desde Moncloa. Porque Murcia ya no rueda sola para sostener el granero del PP. Si al Gobierno regional no le echan una mano bien visible, si no lo dejan a la intemperie y sin abrigo ante los vientos fríos que vienen, a López Miras y a los suyos no les bastará con el Vick VapoRub para curarse de algo mucho más fuerte que un simple resfriado político.

PIEZAS SEPARADAS | Bernabé: el Estado es él

PIEZAS SEPARADAS | Bernabé: el Estado es él

No decepciona, según lo previsto. El nombramiento de Francisco Bernabé como delegado del Gobierno volverá a traer titulares de gloria a esta Región. Ayer corría por las redes sociales el panel que aquí se reproduce, donde figura un segmento equivalente de los respectivos perfiles en Twitter de las diferentes delegaciones del Gobierno en las Comunidades autónomas. En todos ellos aparece, a la izquierda de la pantalla, un círculo para identificar gráficamente el perfil de la cuenta, que coincide en ser el escudo nacional; en todos, menos en uno, el de Murcia, donde el escudo desaparece para ser sustituido por la sonriente imagen de Bernabé, más que un hombre de Estado, el Hombre Estado. Tal vez haya entendido que debe ser así para que resulte evidente que su nombramiento es un ´refuerzo político´. O un escudo él mismo.

Tampoco pasan desapercibidas esas sobreactuadas expresiones de ayer ante la oleada de pateras con inmigrantes que arribaron a nuestro litoral, lo que según él supone «un ataque coordinado e inaceptable», para añadir que «seguiremos al pie del cañón defendiendo nuestras fronteras». Pocas dudas pueden caber de que tal avalancha no es casual y que debe haber alguien en algún punto al otro lado que empuja las pateras en esta dirección, pero ese lenguaje grandilocuente copiado de la jerga militar es poco frecuente en quienes presumen de habilidad política.

Lo positivo a estos efectos, si hubiera algo dentro de este drama de las pateras, es que Bernabé tiene tajo real en la tarea propiamente asignada a su responsabilidad, y del resultado de como la ejerza se deducirán las cualidades políticas que hasta ahora no han emergido en sus anteriores dedicaciones. Es decir, tendrá que trabajar con sensatez y delicadeza en vez de andar por ahí floreando.