Voy con varias personas a un restaurante y pido un segundo plato, pongamos rabas de magano (también me ocurre a los postres) y el camarero toma partido:»¿Qué les parece si la de rabas la ponemos al centro de la mesa, para compartir?». Enseguida responden todos que sí, que les parece bien, y el camarero se aleja tan campante con la bayeta en el hombro. Entonces tengo que levantarme, perseguir al mozo de marras, tocarle con el dedito en la espalda y hacerle entender que mi deseo no coincide con su sugerencia: «Ha anotado usted una de rabas de magano (o una tarta de manzana, da igual) para servir en el centro de la mesa pero yo quiero otra para mí, además de la del centro, quiero de segundo una ración excéntrica de rabas de magano». ¡Qué manía ésa de compartir! No digamos compartir también la factura, cuando la botella de Marqués de Murrieta, esa sí, nos quedó al otro extremo de la mesa.