Se cumplen 70 años de la fundación, por el doctor don Antonio Mesa del Castillo Guerrero, del sanatorio que lleva su nombre (1947-2017). Siete décadas de servicio a Murcia que se pueden traducir en otras tantas de amor por los murcianos, al cuidado de nuestra salud. Don Antonio, a quien bien conocí y aprecié en su relación con mi propia familia, había llegado con la suya a Murcia en 1940 como capitán de sanidad del hospital de la capital. Años más tarde construiría y fundaría el sanatorio que todos hemos conocido en una de las avenidas de Murcia, en las proximidades de la Redonda, un edificio blanco que siempre nos pareció formidable, tal vez por el afecto que le profesábamos y por el servicio que allí se prestaba.

Los Mesa del Castillo siempre fueron familia numerosa, casi todos relacionados con la medicina aunque mis recuerdos se remontan a mi niñez y adolescencia. Yo era del curso de Jesús, compañero de bachillerato en el colegio de los padres Capuchinos, tan cerca del sanatorio de su familia. Con él y sus hermanos, con otros compañeros, jugábamos por los terrados de aquel edificio tan emblemático como fundamental en la vida de nuestra región. A Jesús le perdimos demasiado pronto dejando un testigo de emoción que ha continuado hasta nuestros días entre los suyos y entre los profesionales de la Medicina.

En la Filmoteca Regional Francisco Rabal, de Murcia, se proyectará mañana, miércoles día 15, a las ocho de la tarde, un documental firmado por uno de los nietos de don Antonio e hijo de mi llorado, Jesús, por el que lleva su nombre, que incide, ya en su título, 70 años de una vocación, en la impresionante virtud de entrega a los demás que ha significado la formidable historia y vida de la institución médica que hoy, ampliada y con un servicio médico multiplicado, eficaz e imprescindible siempre, sigue prestando sus servicios a Murcia en unas instalaciones médicas nuevas y modélicas para el siglo XXI que vivimos. Hospital que hoy dirige Luis Mesa del Castillo sustituyendo a su tío Fernando, también tristemente fallecido no hace demasiado y cuyo recuerdo todos mantenemos vivo.

Todo esto que cuento nos lleva a la emoción irremediable, aunque feliz por la pervivencia de una herencia de fraternidad, a pasajes vividos con una de las familias más queridas entre los murcianos. No puedo olvidar la relación de don Antonio y mi propio padre con el pintor Mariano Ballester; ellos fueron, sin duda, los mejores coleccionistas del gran pintor murciano. Como tampoco puedo dejar de lado en mi memoria, el tiempo de agonía que mi queridísimo Antonio Gómez Cano, maestro de maestros, pasó hasta su final, atendido muy generosamente en las instalaciones del sanatorio que hoy recordamos con estremecimiento y admiración. Podría seguir de emoción en emoción, recordando a Miguel Mesa del Castillo, que está en la columna vertebral sin olvido de este magnífico momento de conmemoración compartido.

Habrá un brindis oficial e íntimo por el gran futuro del Hospital Mesa del Castillo, al servicio feliz de Murcia y sus ciudadanos, y al que siempre estaremos agradecidos.