"Soy una mujer como tú». Eso es lo que dice una famosísima actriz en una conocida revista de moda. Aparece en la portada tapándose con un brazo los pechos y con el otro, el plumífero. Aparece delgada, escultural, rebozada en aceite como una croqueta de chiringuito. A la luz de los focos, parece una diosa egipcia. No hay ni un átomo de grasa en su cuerpo. Ni un centímetro de más. Ni una legaña. Ni un pelo fuera de su sitio. «Hago esta portada porque quiero reivindicar a la mujer», dice otra famosísima actriz en la portada de otra revista posando en pelotas, con un cuerpo escultural que parece cincelado por el mismísimo Miguel Ángel. Para reivindicar a la mujer no se le ha ocurrido otra cosa que salir en bolas. Podría haber salido con un moño remendón y ojeras hasta las rodillas simulando que estudia como una desquiciada las oposiciones a magisterio, o aparentando que opera a un paciente a corazón abierto, pero no; lo mejor que se le ha ocurrido es mostrar un cuerpo desnudo. «¿Qué haces para estar tan buenorra?», le preguntan a otra famosísima modelo en un conocidísimo programa de televisión. «Ja, ja, ja», ríe ella coqueta y sibilina. «Pues nada en particular», responde, «yo como de todo, en serio, me encantan los dulces y la pasta; lo único que hago es beber mucha agua, intento dormir ocho horas al día y realizo un poco de deporte; eso es todo, no hay ningún secreto». Sin embargo, otras mujeres que al igual que todas estas decían hace años que comían de todo y que sus cuerpos eran producto de la divinidad, aparecen ahora diciendo que sí había algún que otro secreto: el profesional que las entrenaba tres horas al día, el Photoshop y la clínica de cirugía estética donde les quitaban las lorzas y les recolocaban los pellejos. «Hago esto», dicen ahora, «para reivindicar a la mujer de verdad». Tócame las marimbas.

Ser mujer hoy en día es un problema. Un problema y un coñazo. Gracias, entre otras cosas, a este tipo de mujeres, iconos de la belleza, que salen diciendo este tipo de chorradas, la presión estética que sufren las mujeres actuales es, sencillamente, delirante. Como mujer, una tiene que estar perfecta las veinticuatro horas del día. Debido a esa presión, muchas adolescentes están enganchadas a Instagram y su principal finalidad en la vida no es aprobar el bachillerato, sino tener el culo de esta y las tetas de la otra. Algunas de ellas incluso se someten a dietas asesinas y, cuando consiguen un cuerpo esquelético, se exhiben en cientos de fotos que son admiradas por miles de seguidoras. Los gimnasios se llenan de mujeres que quieren adelgazar lo que ya no tienen. Y, si finalmente no logran su objetivo de parecerse al póster central de una revista de moda, muchas de ellas se operan. Otras, sencillamente, se ponen pestañas postizas, uñas postizas, extensiones postizas, maquillaje postizo, relleno postizo, color de ojos postizo y hasta el alma postiza. La situación ha llegado a tal punto que, aunque todos los tíos del mundo fuesen en pelotas por la calle, ellas no se darían cuenta, porque se miran entre ellas.

Aquellas mujeres que tienen la suerte de salir en los medios y que generan opinión deberían ser mucho más respetuosas con lo que es la mujer de verdad, la mujer de hoy, la mujer que se levanta a las siete de la mañana con cara de sueño y el pelo alborotado para ir a trabajar por seiscientos euros al mes, la que estudia una carrera y se llena de granos por el estrés, la que tiene que luchar contra su genética para adelgazar un kilo, la que se quema los ojos delante de un microscopio para conseguir una mejora en la lucha contra una enfermedad porque, de lo contrario, no están reivindicando a la mujer sino que están perpetuando la idea de que la mujer vale lo que vale su cuerpo.