Aprovechando el ruido mediático de la sublevación catalana, se marcha PAS por la puerta de atrás, de puntillas, casi sin despegar los labios. Dimite, dice, «para fortalecer a López Miras» (que buena falta le hace, por cierto) pero en realidad se va para evitar que lo echen. Tampoco es verdad, como quiere hacer creer Arroyo, la consejera portavoz, que se marche «para fortalecer al partido». PAS se va, después de una resistencia numantina que tanto daño ha hecho a la región y a su formación, porque iba a ser juzgado en las próximas semanas por graves delitos de presunta corrupción, y Madrid ya no lo sostiene.

A decir verdad, la trayectoria política de Pedro Antonio Sánchez es la historia de una ambición desmedida. Nada hay de malo en que un político sea ambicioso, es lo menos que se puede esperar de él. El problema viene cuando esa ambición es desbocada y el político se salta sin ningún rubor las líneas rojas más elementales de lo ético y socialmente aceptable. PAS ha retorcido tantas veces las leyes de la razón, de la lógica y de la prudencia políticas que lo extraño es que haya aguantado tanto, que haya llegado hasta donde ha llegado y, sobre todo, que su partido se lo haya permitido tan mansamente.

No hubiera llegado a tanto, desde luego, si esa ambición política desmedida no hubiera sido alimentada por Valcárcel. Porque Valcárcel fue quien forzó hasta lo indecible a su partido, a quien tenía en un puño, para que aceptara la designación de un político prometedor, sí, pero acosado por los cuatro costados por la Justicia por gravísimas irregularidades a lo largo de su mandato al frente del ayuntamiento de Puerto Lumbreras. Y lo hizo además ninguneando de paso a un eficiente Garre al que utilizó sin ningún miramiento ni consideración como presidente regional de usar y tirar.

Con la dimisión de PAS como diputado regional y presidente del PP murciano se quiere cerrar (Valcárcel quiere cerrar desde su exilio dorado de Bruselas) uno de los periodos más negros y convulsos de la política regional. La época ´valcarciana´ del pelotazo, del despilfarro, de la corrupción y de la incompetencia política. Los años infructuosos del Agua para Todos, de la construcción de aeropuertos sin aviones o de la llegada interminable del AVE a la estación del Carmen, que finalmente será en superficie y escoltado por un muro infranqueable de nueve kilómetros de largo.

Pero no se cierra tan fácilmente una época tan oscura. Mucho menos cuando quien se queda, López Miras, es una continuación de PAS, que ha acabado imponiéndolo con la misma obcecación, falta de democracia interna e interés personal que utilizó Valcárcel (contra toda lógica política) para imponerlo a él. Si por algo brilla la democracia interna en el PP murciano es por su ausencia. Aquí se nombra a los sucesores como en las más rancias monarquías absolutas: a dedo. Y se eleva a los más altos cargos a delfines inexpertos siguiendo un único criterio: el de la fidelidad política incondicional. No hay más que ver a quien nos han puesto. A un joven aprendiz de brujo, perdón de presidente, tutelado, que hará lo que le manden sin rechistar. Aquel que dijo el día de su nombramiento: «A partir de hoy me pongo a tu disposición».

PAS ha dimitido tarde y mal, faltando a su palabra, anteponiendo sus intereses personales y su ambición política desmedida a los intereses de la región. Da igual quién se atribuya el mérito. ¿Fue el PSOE, fue Ciudadanos, fue Podemos quien lo hizo caer? Ninguno de ellos debería cantar victoria. Al fin y al cabo, el padre de la criatura, el urdidor de todo este entuerto, de todo este despropósito, de toda esta política putrefacta, sigue moviendo sutilmente los hilos desde su cómodo retiro en Bruselas sin que apenas le salpique gota alguna de este charco corrompido.