La apariencia es tan solo un espejismo, no nos podemos dejar engañar por los avances de la tecnología, no sirve demasiado que nos pongan en las manos un móvil que nos regale un juguete en 3D; nada de eso deja de ser una frivolidad comercial, algo totalmente prescindible. El mundo está desquiciado y lo sabemos; hay síntomas que lo demuestran a las claras.

Me referiré livianamente al asunto de Cataluña, embrión de todos los nacionalismos que vendrán después a torturar la convivencia en paz, a poner en jaque las libertades y los derechos democráticos avasallados por unos pocos kamikaces de lo local, enloquecidos al grito unánime del victimismo más claro. En las recientes elecciones alemanas los electores de ultraderecha han dado un paso de gigante; son los que rechazan a los refugiados, los que ponen coto a la ayuda que el rico puede prestar al pobre; es decir, ganan en las urnas los insolidarios.

Los botones de las armas nucleares capaces de acabar con cualquier bicho viviente sobre el planeta están en manos de atrabiliarios personajes capaces de todo sin excepción; no hay más que mirarse en el espejo del presidente de los Estados Unidos o en la palangana donde se lava la cara el norcoreano reflejando una imagen a la que le sobrevuela un cohete repleto de mierda átomo-química. Y así llevamos siglos, avanzando en lo intrascendente y retrocediendo en el pan y la paz, alimentos del cuerpo y del alma. para jugar solo bastaba un caballito de cartón y una muñeca.

Es un desaliento desquiciante que en las escuelas se enseñe a odiar, con falsedades históricas flagrantes; que un adolescente sepa hoy más de Trapero, un policía de serie televisiva, que de Picasso al que unos pocos seguimos buscándo a pesar de que, en teoría, no vive, porque fue un hombre nacido en el XIX. Entre esos pocos está Carlos Saura que insiste en hacer la película de los días del Guernica, ahora con Antonio Banderas. También estoy yo mismo que me he enterado que se expone en Roma la obra de mayor formato del malagueño que llegó a pintar: el telón de diecisiete metros de Parade, para los ballets que se lo encargaron y que no quisiera morirme sin verlo al natural, a pesar de mi insolvencia económica.

Definitivamente el mundo no avanza, no sabemos parar un terremoto ni un viento desangelado en forma de huracán; y nos empeñamos en volver a construir una y otra vez sobre las ruinas de las emergencias y catástrofes anteriores. El mundo es y debe ser de los optimistas; no le hago falta al globo, soy un recalcitrante pesimista al que le salva día a día una palabra y un color. El kit de supervivencia. Ni siquiera el facebook, ni el perverso twitter, ni el destape de instagram me sirven para nada. Lo siento, para estar mal acompañado, mejor solo.