Vientos del pueblo es uno de esos poemas que se aprenden de memoria, o se aprendían, durante la primera juventud, en la mía con más motivo, pues todavía por entonces aquella edición de tapa blanca y porosa de la argentina editorial Losada estaba prohibida. Pero la transmisión oral crea algunas malas pasadas, pues se olvidan versos, se inventan otros y se cambian o trabucan palabras. Tan así que hasta cinco minutos antes de empezar a escribir este artículo estaba convencido de que las dos líneas que Miguel Hernández dedica a los murcianos eran las que siguen: «Murcianos de dinamita / frugalmente propagada». Visto sobre papel, he reparado en el error: no es ´frugalmente´, sino ´frutalmente´. No sé por qué, he sufrido una decepción. Creo que ´frugalmente´ es más aproximado, aunque ´frutalmente´ ofrezca una mayor carga poética. Dios me libre de corregir a Miguel Hernández, estaría uno loco (el titular es sólo para llamar la atención), pero la experiencia, nuestra más reciente historia, permite constatar que el espíritu dinamitero lo solemos administrar con considerable frugalidad, más que con frutalidad.

Hay veces, eso sí, que los agricultores (los hortelanos hernandianos), hartos de ser ignorados o zarandeados por un mercado que les reduce al límite sus márgenes de beneficio, se vienen a las plazas de las ciudades y desparraman sus frutas y hortalizas para regalarlas al que pasa, en un gesto que denota que la gracia es similar a si las comercializaran. Pero nunca se ha visto que, a pesar de su rabia, las lancen contra los causantes de sus desdichas.

En su literalidad, la dinamita interior de los murcianos no se propaga frutalmente. Pero sí lo hace frugalmente, es decir, muy ocasionalmente y con extraordinaria austeridad. De ahí que sorprenda tanto cuando, de manera inesperada, se expande el fuego interior. Al alcalde de Murcia, José Ballesta, le parece tan raro que se produzcan protestas en las que se cuelan actos de resistencia al orden o de asomos muy mitigados de violencia ante la autoridad policial, que acaba concluyendo que estas actitudes no son ´cosa de murcianos´. Y es normal que las movilizaciones ciudadanas autónomas, pacíficas, pero con furia contenida, sorprendan a él y a otros, cuando lo normal es la mansedumbre y el acatamiento, incluso la aceptación entusiasta ante las urnas, a pesar de admitir por aquí y por allá que los gobernantes no son, en muchos casos, trigo limpio, o que son propensos a probarse en el engaño y en el timo electoralista.

Es normal que, en consecuencia, los gobernantes se confíen. Saben, o creen saber, que nunca pasa nada. Hasta que pasa. Y es que atienden poco al primer verso de Hernández, el que reza «murcianos de dinamita», y se consuelan con el segundo, «frutalmente propagada», que yo creo, insisto, que debiera leerse «frugalmente propagada». Porque a veces se propaga. Pocas veces, pero algunas. Sólo cuando ya no es posible soportar más los discursos embusteros y se ve con mucha claridad que quieren dar liebre por Ave.

Ocurrió cuando los iniciales recortes de la crisis: ¿de dónde salió tanta gente, de pronto, para amargar la feliz gobernación de un PP tirado a la bartola, con su presidente buscando ya asiento en Bruselas? Y está ocurriendo ahora, cuando las Administraciones pretenden hacer creer a los vecinos del sur de Murcia, que llevan treinta años exigiendo el soterramiento de las vías del tren, que les están dando satisfacción al construir las nuevas del Ave... también en superficie. Los diputados del PP se dirigen a los vecinos con aquella frase de Groucho Marx: «¿Vais a creer lo que yo os digo o lo que veis con vuestros propios ojos?». Cuando se lleva a la gente a tal extremo, el gag humorístico se convierte en drama, y es normal que surja el ´murciano de dinamita´.

¡Oh, resulta que existe! Frutal o frugalmente, pero existe.