El flamante y carísimo iPhone X tiene como uno de sus puntos fuertes la desaparición del botón de control ´Home´ de desbloqueo para lograr así que la pantalla ocupe toda la parte frontal sin estorbos. Bienvenido el reconocimiento facial 3D. El principal damnificado es el eficaz sensor Touch ID para las huellas dactilares que tanta comodidad y repidez trajo para los usuarios de Apple desde el modelo 5S, y que pronto copiarían otros fabricantes, aunque algunos lo desvirtuaran colocándolo en la parte trasera.

El nuevo sistema tiene como herramientas una cámara frontal, un sensor que recoge la luz ambiental, un sistema de iluminación por infrarrojos (lo que elimina el obstáculo de la falta de luz) y el necesario software de reconocimiento facial. TrueDepth se llama el invento. Primero se ilumina la escena, luego se procede a la detección de la cara del dueño y 30.000 referencias de infrarrojos realizan un ´mapa´ de patrones matemáticos para ´dibujar´ las facciones del usuario. La información pasa, debidamente cifrada, al chip A11 de manera independiente al procesador. Cuando decide que la mayor parte de los modelos matemáticos encajan, el móvil abre sus puertas. ¿Qué ocurre si el usuario adelgaza o engorda ostensiblemente, se deja barba o bigote o lleva un sombrero? Los creadores de Apple juran y perjuran que (atentos, que vienen curvas inquietantes) las redes neuronales de aprendizaje automático del nuevo chip está preparado para detectar cualquier cambio y corregir el primer modelo cuando haga falta.

La comodidad, diga lo que diga Apple, se va a resentir porque no es lo mismo rozar un botón con el dedo en cualquier circunstancia y lugar que estar obligados a mirar la pantalla y hacer un gesto para que te reconozca. Adiós a la discreción en la calle o el restaurante. Pero las dudas que más preocupan al posible usuario hay que buscarlas en la seguridad, y no se resolverán hasta que la experiencia real las disipe€ o las agrave. Los expertos dan la razón a Cupertino cuando hablan de lo difícil que es hackear el nuevo sistema aunque€ no es imposible. Los sensores 3D parecen ser una barrera de seguridad infranqueable, pero no hay adelanto tecnológico, por sofisticado que sea, que no tenga pronto una réplica rompedora de quienes se dedican a saltarse cualquier norma.

Y ahí es donde llegan los temores de los expertos, a falta de más detalles sobre el funcionamiento. ¿Sería posible, por ejemplo, que la cámara del aparato fuera ´engañada´ con una imagen de vídeo que logre unos resultados de absoluta precisión? Conviene recordar los errores que a veces cometen sistemas parecidos, aunque seguramente no tan sofisticados, instalados en controles de pasaportes de aeropuertos. También apuntan los menos convencidos sobre las bondades del invento que, a pesar de la confianza de Apple en su criatura, el exceso de celo de la misma pueda provocar un error inesperado: que el dueño del terminal no pueda acceder a él, sobre todo cuando las condiciones de luz o la posición del rostro dificulten el monitoreo.

Cuando el iPhone X llegue a los usuarios se podrá tener más datos sobre la utilidad, eficacia y seguridad de su propuesta, cuyo hipotético fracaso, no lo olvidemos, pondría en riesgo toda la información personal del usuario y permitiría a quien se hiciera con ella compras en Apple Pay. Por otro lado, países como Reino Unido o Estados Unidos cuentan con millones de rostros almacenados en sus bases de datos, mayormente de personas que han tenido problemas con la justicia. Apple asegura que los rostros no serán captados para sus servidores ni irán a iCloud pero€ ¿podemos estar completamente seguros de que nuestra información facial no acabe siendo algún día otra fuente de información para los insaciables gigantes tecnológicos?