En Murcia, los recortes educativos llegan en verano, como el turrón por Navidad. Los centros se cierran y los burócratas de turno rascan, roen y recortan por aquí y por allá. ¿Recuerdan el inicio de Pedro Páramo? «...es el tiempo de la canícula, cuando el aire sopla caliente envenenado por el olor podrido de las saponarias».

Y así acabará la educación pública en Murcia, como un páramo en Comala al servicio del florido vergel de la educación privada, la que eufemísticamente llaman concertada. Ya se aprobó en mayo la posibilidad de conciertos en ámbitos educativos no obligatorios. Quedaba el trabajo de rascar esos euros graciosamente otorgados a las empresas educativas de la Región. Con notoria estivalidad y mucha, mucha alevosía, se suprimen por doquier aulas y cursos. Las razones para justificar tales menguas compiten por ver cual resulta más epúrea.

Podría hablar de ciclos de FP o de aulas de bachillarato en algunos IES públicos, pero voy a centrarme en un caso que me duele y resulta revelador de tan destructiva voluntad. Hace 18 años, costó Dios y ayuda asentar en la EOI de Cartagena la enseñanza de ciertos idiomas minoritarios, en particular árabe e italiano. Fue una oferta valiosa para la ciudad, que no supuso enormes desembolsos y que tuvo su rédito político. Su implantación requirió enormes desvelos y sacrificios para unos profesionales ejemplarmente motivados. Hubo de crear una base de grupos iniciales en distintos horarios para así nutrir de alumnos los cursos posteriores. El proceso requirió de un mimo constante y sostenido en el tiempo. Su desmantelamiento no obstante es bien sencillo. La consejería, cual elefante en una cacharrería, despliega sin miramientos sus tijeras.

Aquí se suprime un primero de la tarde, allí el del turno de mañana; y en dos o tres intentos se desmonta la pirámide, se amortiza profesorado, y por falta de demanda se acaba por suprimir la oferta de ese idioma. A ello contribuye eficientemente el mareo constante al que se somete a los alumnos. Sólo el rumor de la supresión de un turno el curso próximo, basta para desmotivar a quienes gozan de mínima flexibilidad en sus horarios laborales. Después está el guirigay estival de unos plazos de inscripción que se abren improvisadamente, que se modifican de un día para otro. La gente anda de vacaciones y al llegar septiembre hay poca vuelta atrás. El efecto colateral es el desánimo que cunde entre docentes enormemente ilusionados en su día y hoy angustiados siempre ante la perspectiva de ser desplazados o acabar en el paro.

Y después está lo del inglés. Hace unos diez años, en parte impulsada por la crisis, se desató la locura lingüística. El paro y la auspiciada titulitis aumentaron la demanda de formación en idiomas. Surgieron extensiones de EOI en la mayoría de municipios murcianos. Los entonces alcaldes del PP exigían un gesto poco oneroso para la consejería de Educación. Ya se encargarían ellos de rentabilizarlo electoralmente. Se sumó que la Administración empezó a exigir B1 o B2 para múltiples fines. Entre esto y los institutos bilingües no dábamos abasto a examinar y expedir certificados. Ocurre que los títulos oficiales de EOI son exigentes, no se regalan.

La solución fue dar validez oficial a los certificados que ofrecían una pléyade de chiringuitos lingüísticos anglosajones con sucursales locales. La consejería llegó a cerrar acuerdos con alguno de estos entes certificadores privados a fin de garantizar el éxito de sus atolondrados programas bilingües. Sus B42 bombardearon medio país con infinidad de certificados de idioma que ciertamente acreditan que se pasó por caja; y puede que algo más. ¿Cuántos precarizados opositores, jóvenes en paro, aflojaron sus sufridos bolsillos? Y tremenda la riada de euros hacia quienes la Administración facilitó tan lucrativo agosto.

Sumemos a recortes y mareos administrativos estivales varios, el desánimo de una juventud a la que nada garantiza tanta titulación. Añadamos al marchamo oficial otorgado a títulos de idioma privados. Y para colofón, la firme voluntad consejeril de declarar bilingües en tres años y por decreto a todos los estudiantes murcianos. ¡Milagrosos, los prodigios del BORM!

La demanda de enseñanzas oficiales de idiomas en la Región se reduce, pues, sin remedio. Toca retirada, suprimir aulas y amortizar profesorado de EOI.

Y nada es casual. Bien podría Juan Rulfo ubicar hoy su Comala en esta Murcia recortada aunque al fin bilingüe. Y llamar Pedro PP-Páramo a su pequeña y magistal lección narrativa.