Hace unos días, el pasado sábado, en una entrevista en El Mundo, Albert Boadella declaraba que cuando salía al extranjero decía que «era de Murcia o por ahí». Él quería decir, creo, de cualquier sitio más o menos exótico e inequívocamente español. Por supuesto, el entrevistador eliminó el 'por ahí' en el titular y dejó el «digo que soy de Murcia». Ambos sabían, aun con intenciones quizás distintas, que se trataba de una provocación que, en estos días, resulta especialmente explosiva.

Aquí, en la Región de Murcia (aunque incluso desde dentro los medios se empeñen en reducirla a la capital, con lo que seríamos, para los centromurcianos, un monstruo con cabeza y sin cuerpo) estamos entre cansados y aburridos de que cada vez que en España alguien quiera referirse a un lugar extraño termine recalando en 'Murcia'. O en Cartagena, pues las alusiones al Cantón, desde la más absoluta ignorancia histórica, es ahora un recurso común de tertulias y 'tortulias', aunque también hay quienes sí saben que, en efecto, la revolución cantonal fue un episodio revolucionario, sincero y heroico, y también una muestra del disparate a que nos condujo ese federalismo al que quieren volver a llevarnos. En fin, que 'Murcia' es, en términos territoriales, lo que Lepe para los chistes.

No ha sido esa, me parece, la intención de Boadella: al contrario, si 'Murcia' es exclusivamente España, 'yo soy de Murcia'. Con un añadido de connotaciones que va dirigido contra los nacionalistas catalanes, que son los que lo han expulsado de Cataluña, los que lo han convertido en un exiliado, los que hasta han conseguido echarlo de la masía en la que nacieron todas las grandes piezas históricas de Els Joglars. Porque la palabra Murcia y 'mursianu' fueron durante muy buena parte del siglo XX la encarnación de lo que el miserable y racista nacionalismo catalán (no los catalanes, que son las primeras víctimas de los nazis sueltos) más despreciaba: las gentes que habían ido allí a cavarles el metro, a trabajar en sus fábricas, a vivir en ciudades dormitorio en pisos infames, a hacerlos ricos sin merecer a cambio más que un permanente recordatorio de que, si comían, era gracias a ellos. No a su trabajo, sino 'a Catalunya'. Era 'Catalunya' la que daba de comer a todos aquellos zarrapastrosos que debían estar agradecidos y tenían la obligación de asimilarse. Y como habían sido los primeros, los 'mursianus' pasaron a dar incluso el nombre a todos los españoles que fueron llegando después.

Como nos enseñó Juan Marsé en Últimas tardes con Teresa, también los andaluces eran 'mursianus', y por ello al protagonista de su novela, el pobre emigrante malagueño que ha soñado con entrar en la burguesía gracias a su relación con una señorita, lo llamará 'el pijoaparte', una denominación en la que se encierra todo lo que ha pasado en Cataluña durante los últimos 150 años: la xenofobia que ahora se encargan de disimular paseando rufianes, el odio retestinado y húmedo contra lo que llaman España, y que hoy ha alcanzado un nuevo paroxismo. Y, sobre todo, 'el pijoaparte', el apartado, resume el verdadero muro social de apellidos y clase que algunos tontucios creen haber penetrado vendiéndose al nacionalismo, y por lo que les han regalado puestos oficiales, pero jamás les darán la entrada en 'una burguesía'.

Así que, cuando Boadella, catalán hasta la cepa, dice que es de Murcia, está dirigiendo sus torpedos al centro mismo del imaginario separatista. Nada es más provocativo que declararse un 'pijoaparte'. Y con ello, de paso, nos devuelve, si lo interpretamos bien, una cierta dignidad contra tanto chiste idiota: si el hombre más importante del teatro español del último medio siglo se declara voluntariamente murciano, o mejor, 'mursianu', a lo mejor podríamos comenzar a entender que esa tan tópicamente extendida falta de identidad es nuestro rasgo más definitorio y mejor. En estos momentos, proclamarse español es un acto revolucionario. Y demostrar que, como hacemos en esta región ignorada, vivir juntos sin tener que comulgar todos los días con identidades impostadas y tiránicas es lo mejor que nos puede pasar.

Y también por eso, Boadella ha de saber que aquí ha de encontrarnos siempre con los brazos abiertos a todos aquellos españoles que, como él, están siendo expulsados de su tierra. Porque esta sí es una tierra de acogida.