Hay días en los que me pregunto el porqué de tanto afán de retorno a nuestro pasado adolescente: últimamente no hago más que oír referencias a la moda de los 80 y de los 90 y se me ponen los vellos de punta.

Cuando te llaman tus amigos para ir a una ´divertídisima´ fiesta temática con música de entonces; pones la radio y te invitan a una velada ´disco´ de esa época; sintonizas otra cadena para escapar del pasado y te encuentras una emisora monográfica que repite melodías de hace 30 años€ es que algo extraño está sucediendo.

Me cuestiono por qué no experimento esa felicidad que manifiesta la gente de mi quinta cuando publican orgullosos en las redes sociales sus fotos en conciertos de los Hombres G, Mecano, Los Secretos o La Unión en pleno 2017. Para mí, aquello es agua pasada y me resulta enternecedor, por no decir patético, ver a quienes fueron mis ídolos de juventud, ahora puretas, subidos de nuevo en el escenario, a pique de un ataque de artrosis o con menos voz que la poca que antes gastaron. No es que me cautive la música de ahora, ni el cine que se hace en estos tiempos, pero las evocaciones de los revival, los remakes y las nuevas versiones (¡Oh, las nuevas versiones!) me hacen pensar si es que se agota la imaginación de los artistas o prefieren seguir viviendo de las rentas a costa de maduritos con alma de Peter Pan.

Cierto es que quien tuvo, retuvo, pero ya cada vez menos. De modo que, si entrego mi tiempo a los bailes a ritmo de Radio Futura, me estoy perdiendo el reguetón, que me acerca mucho más a los jóvenes de hoy, a quienes merece la pena estar atentos.

Hacia atrás, ni para tomar impulso.