«Burro grande, ande o ni ande», dicen aquellos que aprecian las cosas más bien por su tamaño. Pero hete aquí que el punto viene que ni pintado para reivindicar la importancia de lo pequeño y lo nimio, porque quizá no existe elemento más versátil y de más utilidad. Esta mínima señal, ordinariamente circular, es el referente que se destaca en una superficie, por su color o su relieve, sea en la tierra, el mar, el aire o el blanco de una página. El punto es un lugar concreto en el espacio y también un momento preciso en el tiempo. Además, designa los lazos o nudos pequeños con que se teje una tela, una malla o una red o se cose una herida.

Con estar a punto podemos decir que estamos preparados, y en su punto o a punto de caramelo nos dice de la buena hechura o acabamiento de algo. El punto puede ser cardinal, crítico, de apoyo, de partida, de observación o muerto. Con punto por punto referimos las cosas sin omitir detalle. También el punto es la unidad de tanteo en los juegos y de valoración en exámenes y pruebas.

El punto, solo, repetido o en compañía de otros, teje el cañamazo del escrito: señala el final de un enunciado, párrafo o texto; triplicado, deja en suspenso lo que se está diciendo; en pareja, presenta lo que se dirá continuación; y poniéndolo sobre las íes no solo escribiremos bien sino que concluiremos todo con minuciosidad.

Y punto redondo o punto pelota; pero no punto final, sino punto y seguido, porque quien quiera puede acercarse al diccionario para conocer otras mil aplicaciones de esta mínima cosa y utilísimo vocablo.